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– Me dijo que su padre era…<br />
Cúneo sabía que Arizmendi caminaba al borde del ridículo, apenas si debía<br />
estar enterado de que su padre vivía.<br />
– Comerciante.<br />
– Ah, mire usted. ¿Qué rubro?<br />
– Diverso. Tuvo una ferretería por mucho tiempo.<br />
– Tuvo ¿y ahora?<br />
– Ahora se dedica a la distribución de productos varios.<br />
– Un cuentapropista. De allí ha de haberse provisto usted de su capacidad<br />
emprendedora.<br />
– Le agradezco.<br />
– ¿Su madre?<br />
– Bien, muchas gracias.<br />
– Se dedica a…<br />
– Ama de casa.<br />
– Muy bien, la mejor tarea. Digo, no hay como tener a la madre segura dentro<br />
del hogar. Pero además usted tiene una hija, si no me equivoco.<br />
Cúneo se sobresaltó con aquella revelación.<br />
– Es cierto.<br />
– ¿Cuánto tiempo tiene?<br />
– Cuatro años.<br />
– Qué preciosura. La mejor edad. Uno llega a casa y la niña que corre a<br />
abrazarlo.<br />
Cúneo sintió aquél comentario como una mofa. Imposible de probar, sin<br />
embargo, y aún menos posible de sancionar, dadas las circunstancias.<br />
– Claro. – se limitó a musitar.<br />
– ¿Qué sabe usted de Ballesteros?<br />
Cúneo se relajó un instante.<br />
– Que tiene casi cincuenta y cinco años, a cumplir en noviembre. Que es<br />
oriundo de la provincia de San Luis; que está casado y tiene cinco hijos, uno de los<br />
cuales falleció en un altercado con la policía hace poco más de cuatro años. – hizo<br />
una pausa para seguir a su jefe, que deambuló por el cuarto hasta apoyarse sobre la<br />
arista de la ventana – Los demás corren suerte diversa. Las dos mujeres son<br />
empleadas domésticas y de los dos varones restantes sé que uno es empleado de una<br />
empresa de seguridad y que el otro fue desvinculado de Coninea, igual que su padre<br />
pero en la reducción posterior.<br />
– Ajá. Muy bien. – felicitó Arizmendi – Siempre es bueno conocer el entorno del<br />
cliente. Nunca se sabe por dónde van a hacer saltar la liebre. – luego fue el juez<br />
quien construyó la pausa, dentro de la cual dejó caer sus manos en el interior de los<br />
bolsillos – Ahora dígame, y vuelvo a solicitarle franqueza Cúneo: ¿Qué sabe usted<br />
de Ballesteros?.<br />
El joven abogado notó que aquella reunión imprevista se esforzaba por<br />
abandonar definitivamente el cariz matemático, exacto, que reviste toda<br />
confrontación de datos, donde lo relevante es lo que se tiene y puede probar y no lo<br />
que se supone. En cambio, sorpresivamente, su jefe volvía una y otra vez a<br />
preguntarle por lo que suponía.<br />
– ¿Qué sé de Ballesteros…? qué puedo decirle, doctor… – Cúneo midió sus<br />
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