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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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– Un bufete muy prestigioso. – dijo Cúneo.<br />

– No e muy buero. – farfulló Bertolt.<br />

– Tú lo recomendaste.<br />

– El megor de aquí, ero no e buero.<br />

– Las ostras sí están sabrosas. – murmuró Lucía lidiando con el jugo y su propia<br />

saliva – Me pasaron el dato de que las traen de Asia.<br />

– Mañana te vas a despertar en Londres y vas a tomar el vino que se te ocurra. –<br />

consoló a Bertolt Sebastiana.<br />

– Así que defiendes la ley para la Patria.<br />

Cúneo sonrió. Sebastiana le dedicó sus ojos oscuros y aguardó por su voz.<br />

– Sebastiana y yo solemos perdernos en los mercados de Fez. – continuó Lucía –<br />

Ella prefiere los de Marrakech pero a mí el regreso se me hace más largo y tedioso.<br />

Igualmente, no me va el estilo árabe ¿Tú que dices?.<br />

– Me vas a disculpar, pero como a ella…<br />

La dama festejó el piropo pegándole un beso a la mejilla.<br />

– A mí me provoca un no sé qué esa cuestión de los colores, de los materiales…<br />

– dijo Sebastiana – La manera que tienen los árabes para construir un universo de<br />

cosas intercambiables que son al mismo tiempo invaluables y únicas.<br />

– ¿Y tú de qué te reías? - retomó Lucía - ¿No hay acaso mucho de romanticismo<br />

patriótico en batallar día a día, ajustándose a los caprichos de los presidentes?<br />

– No me reía de eso. – aceptó jocosamente Cúneo y disfrutó lo que iba a<br />

permitirse decir – El abogado no defiende las leyes. Dudo que alguno se lo<br />

proponga, siquiera.<br />

Bertolt asintió con el mismo rictus mecánico.<br />

– Claro, ya lo sé hombre. – aceptó Lucía.<br />

– Ajá, ¿y cómo es que lo sabés? – reaccionó de pronto Sebastiana, inclinándose<br />

severamente hacia su amiga como reclamándole una anécdota olvidada.<br />

– Ay niña, como si no supieras que el profesional en leyes es el primer amante.<br />

Cierto es que aquí tenéis predilección por los psicoanalistas, lo cual es notablemente<br />

menos útil. – volvió a mirar a Cúneo – Y que no he dicho aquello de defender como<br />

si fuese una sentencia, sino más bien un latiguillo. No seas tan exquisito con el<br />

lenguaje.<br />

– Claro, porque los españoles y el diván son dos extraños en la misma tierra.<br />

¡Vamos!. – bromeó Sebastiana – Y yo jamás me enamoré de mi analista. ¡Qué horror!<br />

– Es que esta muchachita. – continuó Lucía todavía mirando a Cúneo –<br />

¿Alguien ha dicho enamorarse? Si hablo de profesiones no hablo de adolescencias.<br />

Cúneo acordó, en medio de un inesperado gesto de complicidad con la<br />

española.<br />

– El sexo responde a una fórmula que mezcla por partes iguales a la fisiología y<br />

a la conveniencia ¿He de explicártelo?<br />

– Y una pizca de traición.<br />

A Lucía le agradó el término, sin embargo arrugó el ceño.<br />

– Por supuesto. – se afirmó Sebastiana – Traición a sí mismo.<br />

La española balbuceó un silencio. La dama buscó refugio en Cúneo, que sólo<br />

devolvió un gesto de inescrutable adustez.<br />

– ¡Niña! ¿De dónde has sacado tú ese pensamiento?. Por otro lado, ¿quién<br />

asegura que el sexo importa alguna entrega?.<br />

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