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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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– ¿Después?<br />

– ¿Qué es el vértigo, pá?<br />

– Es lo que sentís cuando subís muy alto. O cuando vas muy rápido.<br />

– ¿Pero es lindo?<br />

– A veces sí, a veces no.<br />

– ¿Es como cuando te duele la panza pero no comiste nada?<br />

– Puede ser.<br />

– Para mamá es eso, pero para mí me parece que no, porque el juego de los<br />

aviones se llama “vértigo” y a mí no me dolió la panza.<br />

– Viste. A lo mejor mamá no se hubiera animado a subir a esos avioncitos.<br />

– No eran avioncitos, eran aviones. Ricardo nos compró helados para todos.<br />

Mamá se hizo la que no, que no, pero él igual nos compró. Total tiene plata.<br />

El ómnibus hace la circunvalación a la rotonda del Hospital Aeronáutico,<br />

Cúneo cruza el brazo izquierdo sobre la panza de su hija para menguar el sacudón<br />

centrífugo. Martina empezó a animarse e inició el péndulo con sus piernas,<br />

golpeando apenas el asiento delantero. Miró por la ventana. Y Cúneo la miró a ella.<br />

– ¿Querés que los lleve yo?<br />

– Bueno.<br />

Cúneo quitó los chocolates de la falda de su hija y supo la suerte que correrían.<br />

Miró hacia delante y algo le activó la cuestión Ballesteros, quizá el desborde rítmico<br />

de las nalgas del chofer por encima del asiento. Dudaba que el mismo lunes<br />

estuvieran sobre su escritorio los resultados de los nuevos estudios. Aquello le<br />

agobiaba. Y luego la inspección al taller. No esperaba dar con sorpresas en ese paseo,<br />

el área ya estaría prolijamente modificada al antojo de la patronal, pero el pensar en<br />

volver sobre Arizmendi para reiterarle la conveniencia de cotejar esa nueva<br />

inspección con aquellos estudios hechos algún tiempo atrás durante la intervención,<br />

le provocaba aún mayor fatiga.<br />

– Parece que hoy no vamos a poder ir a la plaza.<br />

– ¿Por qué no? Todavía no llueve.<br />

– Pero mirá las nubes, pá.<br />

– Si llueve nos quedamos en casa jugando al rompecabezas o a las damas.<br />

¿Trajiste las tareas?.<br />

– No. Tengo poquitas igual.<br />

– Hija… – se lamentó Cúneo. Ese olvido lo obligaría a devolverla más temprano<br />

el domingo.<br />

La esquina de la Seccional 9 queda atrás. La mochila de Mickey cuelga del<br />

hombro derecho de Cúneo, que con varios tirones intenta calzársela en la espalda.<br />

– Vamos.<br />

Levanta a su nena como si fuese otro bártulo. Una señora presiona el timbre y<br />

él lo agradece con una aneblada sonrisa. El ómnibus se detiene con descuido.<br />

Martina se entrelaza al cuello de su padre. Sus hombros huelen al hornillo de la casa<br />

de la abuela. La puerta se pliega y un machete de lejía helada les parte la nariz. En<br />

tres titubeos pisan el asfalto. Dos chocolates se caen y pierden en los peldaños.<br />

Son cuatro las cuadras que los separan del departamento. Un ritual es<br />

refugiarse bajo el toldo agujereado del quiosco y comprar caramelos de miel. Cúneo<br />

aprovecha, añade el diario.<br />

– ¿No lo habías comprado la otra vez?<br />

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