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VIVIÓ, REPETIDA POR DOS, LA MISMA SITUACIÓN. Pasaron, un hombre<br />
primero, luego una mujer. El uno por la misma vereda, la otra por la de enfrente, y<br />
lo saludaron con un ademán generoso. La mujer añadió una sonrisa. El hombre<br />
cabeceó con alguna insistencia y antes de tomar la esquina pareció decepcionarse.<br />
Cúneo, con duda, les devolvió el saludo y dedicó la soledad ulterior al intento de<br />
reconocerlos. Escaló los peldaños del colectivo y luego de una tardía inhalación de<br />
aire, arrepentido de no efectuarla antes de ingresar, el abogado se aplastó entre<br />
barrigas y nalgas, codos y carteras. El habitáculo estaba deteriorado, la pintura<br />
descascarada, las chapas abolladas como con multitudinarios punzones.<br />
Cúneo mira por sobre el hombro de una pequeña aprendiz de monja o eso<br />
deduce él por la capa blanca y el paño rojo e inusual, cómo esta juega enrollando<br />
finamente su boleto. La panza de la joven, apoyada sobre el respaldo de la butaca, es<br />
todo su sostén, pareciera haberse desprovisto del temor a rodar por el pasillo y<br />
confiarse al ceñido conglomerado de gente. En verdad, es difícil que alguien pudiera<br />
caerse en ese interior abarrotado. Los dedos de ella hacen viajar el papel entre índice<br />
y pulgar de una y otra mano. Lo enrolla hasta convertirlo en un tubo casi sin<br />
diámetro y luego lo plancha cuidadosamente, con la paciencia de quien quiere<br />
devolverle su antigua e imposible tiesura. El papel se extiende y vuelve a enrollarse.<br />
Hipnotizado con esa secuencia, Cúneo despierta sólo para estirar una mirada hacia<br />
su reloj pulsera. No recuerda haber dirigido una orden a su cabeza para alzar la<br />
mano y exponerse a los números, pero se resigna de todos modos a la visión de la<br />
hora. Tampoco entiende para qué quiere saber qué hora es. Tal vez sea la exhalación<br />
de ese acto de acostumbramiento, el éxtasis del tic. Ello le da excusa a Cúneo para<br />
ocupar el tiempo reflexionando acerca del conjunto infinito de movimientos<br />
involuntarios que dominan al Hombre. De pronto no basta que el corazón lata sin<br />
pedir permiso o los pulmones se hinchen con independencia, o quién sabe el trabajo<br />
mucho más complejo de células y hormonas que trajinan sin pudor. El cuerpo busca<br />
cada día más libertades y un día se halla rascándose sin sentir comezón, tronando las<br />
costuras de las falanges, mojando los labios con la lengua, actitudes por completo<br />
inútiles, pero independientes, desprendidas. Mirar el reloj sin interés por el tiempo.<br />
El boleto de la chica se arruga otra vez. El autobús frena con violencia. Va a<br />
arrancar pero vuelve a frenar. De aquí para allá corren nítidos insultos. El chofer,<br />
cuyo rostro de betún Cúneo alcanza a través del espejo circular, mira con desprecio a<br />
quien desciende. Por la puerta trasera un rodete de lana blanca y tambaleante va<br />
desapareciendo. Alguien, por atrás, toma el brazo de la anciana y la auxilia en esos<br />
escalones que deben parecerle precipicios. El cuerpo encorvado no ha dejado aún el<br />
habitáculo cuando este renueva la marcha, furiosa.<br />
Cúneo aprieta sus ojos, el ámbito está por demás húmedo y una gota de sudor<br />
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