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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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VIVIÓ, REPETIDA POR DOS, LA MISMA SITUACIÓN. Pasaron, un hombre<br />

primero, luego una mujer. El uno por la misma vereda, la otra por la de enfrente, y<br />

lo saludaron con un ademán generoso. La mujer añadió una sonrisa. El hombre<br />

cabeceó con alguna insistencia y antes de tomar la esquina pareció decepcionarse.<br />

Cúneo, con duda, les devolvió el saludo y dedicó la soledad ulterior al intento de<br />

reconocerlos. Escaló los peldaños del colectivo y luego de una tardía inhalación de<br />

aire, arrepentido de no efectuarla antes de ingresar, el abogado se aplastó entre<br />

barrigas y nalgas, codos y carteras. El habitáculo estaba deteriorado, la pintura<br />

descascarada, las chapas abolladas como con multitudinarios punzones.<br />

Cúneo mira por sobre el hombro de una pequeña aprendiz de monja o eso<br />

deduce él por la capa blanca y el paño rojo e inusual, cómo esta juega enrollando<br />

finamente su boleto. La panza de la joven, apoyada sobre el respaldo de la butaca, es<br />

todo su sostén, pareciera haberse desprovisto del temor a rodar por el pasillo y<br />

confiarse al ceñido conglomerado de gente. En verdad, es difícil que alguien pudiera<br />

caerse en ese interior abarrotado. Los dedos de ella hacen viajar el papel entre índice<br />

y pulgar de una y otra mano. Lo enrolla hasta convertirlo en un tubo casi sin<br />

diámetro y luego lo plancha cuidadosamente, con la paciencia de quien quiere<br />

devolverle su antigua e imposible tiesura. El papel se extiende y vuelve a enrollarse.<br />

Hipnotizado con esa secuencia, Cúneo despierta sólo para estirar una mirada hacia<br />

su reloj pulsera. No recuerda haber dirigido una orden a su cabeza para alzar la<br />

mano y exponerse a los números, pero se resigna de todos modos a la visión de la<br />

hora. Tampoco entiende para qué quiere saber qué hora es. Tal vez sea la exhalación<br />

de ese acto de acostumbramiento, el éxtasis del tic. Ello le da excusa a Cúneo para<br />

ocupar el tiempo reflexionando acerca del conjunto infinito de movimientos<br />

involuntarios que dominan al Hombre. De pronto no basta que el corazón lata sin<br />

pedir permiso o los pulmones se hinchen con independencia, o quién sabe el trabajo<br />

mucho más complejo de células y hormonas que trajinan sin pudor. El cuerpo busca<br />

cada día más libertades y un día se halla rascándose sin sentir comezón, tronando las<br />

costuras de las falanges, mojando los labios con la lengua, actitudes por completo<br />

inútiles, pero independientes, desprendidas. Mirar el reloj sin interés por el tiempo.<br />

El boleto de la chica se arruga otra vez. El autobús frena con violencia. Va a<br />

arrancar pero vuelve a frenar. De aquí para allá corren nítidos insultos. El chofer,<br />

cuyo rostro de betún Cúneo alcanza a través del espejo circular, mira con desprecio a<br />

quien desciende. Por la puerta trasera un rodete de lana blanca y tambaleante va<br />

desapareciendo. Alguien, por atrás, toma el brazo de la anciana y la auxilia en esos<br />

escalones que deben parecerle precipicios. El cuerpo encorvado no ha dejado aún el<br />

habitáculo cuando este renueva la marcha, furiosa.<br />

Cúneo aprieta sus ojos, el ámbito está por demás húmedo y una gota de sudor<br />

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