ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

punto de firmar por aquella del barrio de Caballito, de tres habitaciones – una
podría servir de primera oficina – y patio de baldosas – que pensaba destruir, como
hizo, para recobrar el único espacio donde podían ensayarse flores y árboles enanos.
Faltaba poco para que tanto él como Iñiguez se recibieran. Cúneo solía
quedarse más tiempo del necesario en la universidad, consultando bibliografía
diversa que ayudara al desarrollo de su sociedad con Iñiguez. Una tarde llegó a la
pizarra y sin pensarlo echó un ojo distraído a las hojas sostenidas por alfileres. A un
lado del horario de las nuevas cátedras, se exhibían los resultados de los concursos
para práctica jurídica. Una propuesta anual en la que se inscribían aquellos que
estuviesen dispuestos a emigrar de Buenos Aires hacia distintos puntos del país en
procura de su primera experiencia laboral, asegurándose de un sueldo, el inicio de
aportes y el pronto ingreso al escalafón.
No hubo mucho que oírle decir a Iñiguez. Había que aprovechar todas las
oportunidades.
Al mes y medio partió hacia Comodoro Rivadavia.
Del socio que nunca fue volvió a saber luego de dos o tres años por medio de
una tarjeta de salutación, dirigida a una ex compañera que tuvieron en común. En la
tarjeta precisaba poco y nada sobre su labor como secretario del juez, pero hablaba
maravillas de las playas de Rada Tilly.
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