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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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BALLESTEROS DESPARRAMABA SU BARRIGA en la felpa de un sillón<br />

estremecido. La vertía a ambos lados de sus propias piernas, a tal punto que Cúneo<br />

se vio en la solidaria obligación de señalarle que por favor no se levantara. Estrechó<br />

la mano sudada del gordo y notó el gesto despectivo de Silva.<br />

– Qué tal, Ballesteros. ¿Cómo va eso? – dijo Cúneo antes de sentarse, echando<br />

una mirada circular alrededor de la venda impregnada en yodo.<br />

– Ya no duele, por lo menos. Lo que sí me va a tener que gritar un poco.<br />

– No se preocupe, para eso estamos. – sin entender lo que había dicho,<br />

continuó. – Va a tener que viajar a San Luis, Ballesteros. – en su mano había un<br />

papelito rectangular con la fecha y hora del nuevo turno médico – Allí le van a hacer<br />

un estudio necesario para la confirmación científica de la lesión.<br />

– ¿Otro más, doctor? – el papelito parecía aún más pequeño entre sus dedos<br />

callosos.<br />

– Otro más Ballesteros. El primero es un chiste.<br />

El gordo asintió como si hubiese recibido una orden.<br />

– Las fotos… – murmuró Silva al oído de Cúneo.<br />

– ¿Eh?. Ah, sí. Un hombre de apellido Páez va a presentarse en la clínica. Le<br />

van a tomar unas fotografías, de su oído, de su pecho, según vaya indicando el<br />

médico. Si ve que están por despacharlo sin sacarle las fotos, por favor recuérdeselo<br />

al doctor. ¿Me entiende Ballesteros?.<br />

El gordo asentía automáticamente. Sus ojos, dos esferas opalinas con un breve<br />

cénit color marrón, se agitaban como su barriga, expulsados por la tiroides.<br />

– Algunas cositas quedaron en el tintero, Silva le va a hacer algunas preguntas.<br />

Es por el papeleo. ¿Trajo lo suyo? Correcto.<br />

Cúneo levantó ambas trabas de su maletín, un olor a oficina salió de entre los<br />

documentos y Ballesteros pensó que de esos papeles que revolvían los abogados<br />

emergía el olor de su hábitat. Luego pensó en su propio lugar de trabajo, en el olor a<br />

grasa, a aceite calcinado, y aquello le produjo nostalgia. Entonces retornó al salón<br />

donde estaba y al sillón donde se desparramaba y atisbó la cadena de pensamiento,<br />

del olor del maletín, a los motores. Pero no le alcanzó para sonreír.<br />

– Sí doctor. – respondió por reflejo. Un segundo después entendió cuál había<br />

sido la pregunta.<br />

– Mi recomendación es que no hable con el delegado. ¿Se han puesto ya en<br />

contacto? Bueno, se van a poner. Le puede resultar un poco violento, pero no<br />

sabemos para qué lado juega el sindicato. Si lo buscan, usted me llama. Pero no les<br />

diga nada Ballesteros, por favor.<br />

– Discúlpeme doctor. – la palabra parecía haberle salido antes de decidirse a<br />

hablar.<br />

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