ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

CÚNEO SACUDE LA MANO y también un poco la cabeza, pero el
chocolatinero no lo nota y pasa de largo. Martina le mira la camiseta manchada de
grasa y de pronto le producen un poco de asco los chocolates que amontona entre
sus dedos. Después siente culpa por el asco.
– ¿Tendrá hijos?
– ¿Quién?
– El señor.
– No sé, mi amor.
– ¿Tendrá otro trabajo?
– No sé.
– Espero que no tenga hijos si no tiene otro trabajo.
Cúneo mira a Martina y le sonríe con los labios apretados. Ella extrae un bollo
multicolor de papeles de su pechera bordada de estrellas. El chocolatinero regresa
con apaciguado entusiasmo.
– Dame un chocolatín.
– Son cinco por dos pesos.
– Dame cinco, entonces.
Cúneo recibe el vuelto y pronuncia un débil “gracias” que se pierde en lo poco
del murmullo. Martina recibe de su padre la indicación de conservar el bollo
multicolor de billetes.
– Ahorralos.
Martina devuelve el dinero a su pechera de estrellas y apoya el dorso de sus
manos sobre la falda, las palmas hacia arriba y en su cuenco los chocolates. Los cinco
paquetes forman una pirámide precaria que se derrumba en cada vuelta de esquina
y en las paradas, y aunque ella no contrae los dedos, tampoco los deja caer.
No los quiere mirar directamente. Le siguen dando asco. Están manchados, son
viejos. Y le sigue dando mucha tristeza sentir ese asco.
– ¿Cómo estuvo el Fantasy ayer, hija?, no me has contado nada.
– Rebueno, pá. Nahír se subió a ese grandote que llega hasta el techo del
shopping. A mí no me dejaron.
– Claro que no. – Cúneo se relaja. Hasta último momento había pensado que la
salida con los primos era un ardid de su ex esposa.
– A Tomás tampoco, porque él es chiquito.
– ¿A cuál te subiste vos?
– A los aviones, pero a los que están en la parte de abajo. A los esquíes,
también. A las motos. Al tragamonedas, que no se sube, se juega.
– ¿Al tragamonedas? ¿No es muy aburrido para vos?.
– No, está recopado. Podés ganar fichas. Yo no gané ninguna, igual.
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