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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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Bertolt hinchó las mejillas y se agitó en una risa apenas contenida. Parecía<br />

excitarse tras cada palabra pronunciada por la española. Sebastiana aceptó la gracia<br />

en medio de un sorbo a su jarabe.<br />

– ¿Qué dirías tú, entonces? – retomó Lucía ante Cúneo - ¿Que las manipulas?<br />

– Imagínate qué triste y miserable concepción de la ley si hubiese que prever<br />

que alguien la defienda. El Derecho es un cuerpo orgánico, se basta a sí mismo y<br />

desarrolla su propio mecanismo inmunológico.<br />

– Se resuelve por sí solo. – sugirió la española.<br />

A Cúneo no le convenció el verbo y ensayó otro camino.<br />

– Prevé que las partes de un litigio tengan la alternativa de poner la misma ley<br />

a su favor. Y es ella quien resulta siempre beneficiada. Boca y bocado, como se dice.<br />

El legista es un manipulador que bien puede estar de uno u otro lado, la diferencia<br />

no la hace él, no es él quien comete los errores.<br />

– Pero es el legista el actor de la justicia.<br />

– ¡No! El Hombre es el objeto del Derecho, que es cosa bien distinta.<br />

Sebastiana asentía con crocante benevolencia mientras privaba a la galleta de<br />

una de sus diminutas esquinas.<br />

– ¿Y el sentido de la justicia? Digo, vosotros defendéis causas. Eso ha de<br />

guardar algún significado.<br />

En medio de la pregunta, Bertolt echó una carcajada que sumió a Sebastiana en<br />

un sobresalto. Lucía lo miró por un momento y luego volvió a Cúneo. Sin embargo,<br />

fue el alemán quien dijo lo próximo.<br />

– Ero a gusticia e una astracción, Santa. – la frase le resultó tan costosa que<br />

luego de pronunciarla tosió con gravedad.<br />

A Cúneo aquello le causó auténtica gracia. El gringo empezaba a caerle<br />

simpático en el ápice de su borrachera.<br />

– No existe la justicia. Quiero decir, lo justo o injusto es un valor que uno coloca<br />

sobre determinadas cosas según su concepción del mundo.<br />

– Eso está muy bien y muy frío, niño. – dijo Lucía – La soledad tampoco existe<br />

y hay tanta gente sola.<br />

Bertolt rió atragantándose con la pasta de alguna verdura. Su rostro tornó en<br />

un violeta peligroso.<br />

– Y la mirada. Eso es lindo. – recordó de pronto Sebastiana – Que no exista,<br />

pero que toque.<br />

– Considerar que la gente está “sola” es también una cuestión de valor. –<br />

prosiguió Cúneo.<br />

– Está bien, pero hay que acordar alguna base de existencia ¡si no acabaremos<br />

todos por desaparecer!. Supongo que el Derecho estima existente al sujeto. Y ello<br />

trae a colación tomar partido.<br />

– No debe ser así aunque así sucede, de facto. Y para corregir tal aberración<br />

existe la Carrera de Derecho, pues el legista no puede darse el lujo de asignarse el<br />

juicio universal. Es el primer vicio del que debe desprenderse.<br />

– O sea que a ti lo mismo te da defender a uno que a otro, al asesino que a la<br />

víctima.<br />

Lucía preguntaba con la misma laxitud que si se tratara del pronóstico para el<br />

día venidero o las tendencias en la moda, lo que quitaba tensión a una escena<br />

compuesta por grandes desconocidos.<br />

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