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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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ELLA ESPERÓ, reprochándose justamente por eso. Se escondía en un rincón<br />

para aguardar que otro en la casa atendiera el teléfono e hiciera correr su nombre<br />

por los pasillos. Tomó la decisión de no responder y cuando volvía del jardín de<br />

infantes contenía su ansiedad por preguntar, pero nadie rompía el silencio. Temía<br />

que su abuela hubiese atendido y confundido al extraño, o que a su hermano le<br />

hubiese tomado por sorpresa un ataque de celos y hubiese negado por completo la<br />

presencia de cualquier Laura en esa casa.<br />

Pronto se halló tan inundada de informes para completar y carpetas para<br />

encuadernar, que virtualmente olvidó al yuppie de Parque Chacabuco. Además, su<br />

madre cayó en cama debido a un súbito arrebato de fiebre, traducida luego en<br />

accesos de una tos seca que rebotó en las paredes de la habitación por el término de<br />

una semana. Laura debió añadir a sus tareas el lavado de ropa, la comida y el<br />

cuidado de la nona, que ni siquiera la reconocía y dejaba inundado de orines las<br />

sillas y los pisos. Su padre desaparecía en la madrugada para iniciar el recorrido con<br />

un taxi que cambiaba por otro en las primeras horas de la tarde, y regresar a casa<br />

hecho un trapo para cenar y acostarse.<br />

Su hermano, menor que ella, también desaparecía aunque sin dar explicaciones<br />

ni aportar una línea al relato familiar. A veces, por largos períodos, el único indicio<br />

que permitía saber que aún vivía, eran los aullidos de guitarra con los que desde su<br />

pieza torturaba a toda la planta. Poco afectaba a nadie el estruendo de la guitarra,<br />

pues la nona lo oiría como un lejano acontecimiento, la madre, internada en su<br />

habitación, se involucraba en las telenovelas con ayuda de auriculares y a Laura no<br />

le hacían falta más que los garabatos de sus alumnos o los murmullos de una<br />

canción para asilarse en terrenos donde la guitarra eléctrica no se podía colar.<br />

Hacía de una hoja seca un calidoscopio, de un azulejo partido una cajita<br />

musical, habilidades que si bien tenían que ver con la instrucción recibida en la<br />

escuela de plástica, respondían sobre todo a su fraternidad con la belleza. Había sido<br />

siempre una alumna regular. Concluida su escuela secundaria ingresó al<br />

Profesorado. Por empeño accedió rápidamente a un lugar en un modesto jardín de<br />

infantes perteneciente al gobierno de la ciudad al que le faltaba todo menos<br />

alumnos. Allí su objetivo y el de sus colegas se alternaba entre enseñanza y<br />

supervivencia. Reiteradamente debía hacerse cargo de tareas que no había<br />

aprendido en el Profesorado, sino en la cotidiana observación hacia su madre.<br />

Preparaba leche chocolatada y racionaba bollos de pan. Aún así se imponía el deber<br />

de descubrirles a los pequeños el gozo escondido en hundir los dedos en témpera,<br />

hacerse sombreros de papel crepe y construir marionetas de cartón.<br />

Una práctica del pasado que le sobrevivía, eran las artesanía. Continuaba<br />

dedicando algunas horas de ocio a coser agendas de tapa de madera o muñecas de<br />

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