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Cerrarlos es un remedio insuficiente, sobre todo porque en cada ocasión<br />
descubre que le es más difícil evitar mirarse, mirar su reflejo. Ante la cercanía, no<br />
logra bajar los párpados, no puede cumplir su propia orden.<br />
Se desmaya. Al despertar, una pintura, un dibujo aguado, borroneado,<br />
reemplaza al espejo de la puerta. Allí está él, mirándose pero transformado en<br />
óvalos brillantes y grises. La chapa de aluminio de ascensor está deslustrada,<br />
cepillada rústicamente y su figura no puede reconocerse. Cúneo lanza el suspiro. Se<br />
ha salvado de milagro.<br />
Sale de allí despedido. Cuando recupera el aire, Ribolsi le grita desde el<br />
extremo del pasillo.<br />
Toca el timbre y golpea la puerta dos veces. Vuelve a tocar el timbre.<br />
– ¿Estará? – pregunta sin tener idea de quién se trata.<br />
– Sí, lo que pasa es que trabaja en el fondo.<br />
Vuelve a tocar el timbre.<br />
Claudio arroja el pucho al piso y lo aplasta de un pisotón. Los cerrojos se<br />
desarman.<br />
– Elsa.<br />
– Claudio. Pasá, pasen.<br />
– Permiso. Él es Cúneo.<br />
– Ah, qué tal.<br />
La mujer ensancha una sonrisa con cada asentimiento, va a besar la mejilla del<br />
abogado cuando este impone su brazo derecho y la palma abierta.<br />
– Qué tal.<br />
Se saludan con un apretón. La mujer tiene dos guantes de látex en su mano<br />
izquierda.<br />
– Bien, adelante, adelante. – cierra la puerta y da vuelta las trabas.<br />
Quedan involucrados en una sala provenzal, con una lámpara de vitral sobre<br />
una mesa de mosaicos que sostiene un reloj de péndulo plateado. Dos pinturas en<br />
cada pared del costado: un cisne con la cabeza hundida en el agua, un caballo a<br />
pleno trote con las cuatro patas en el aire, un juego de tazas de café entre las zarpas<br />
de un gato echado sobre la mesa y dos avutardas unidas por el pico gracias a una<br />
lombriz.<br />
Un aroma laxante viaja con la gordita simpática, que los conduce a través de la<br />
cocina y de otra habitación que parece dar a la calle.<br />
Una melodía, que Cúneo había comenzado a percibir desde el comedor, se hace<br />
clara y dulce. Es difícil saber de dónde proviene, los parlantes están bien<br />
disimulados en las esquinas. Es el lugar que mencionó Claudio, al fondo. Al verlos,<br />
una adolescente interrumpe el pincel en su grao de ostras, una mujer mayor detiene<br />
el torno de cerámica y un joven muchacho se refriega las manos en su delantal azul.<br />
Saludan a coro.<br />
El salón no es grande pero es confortable, las mesas y las máquinas se<br />
distribuyen adecuadamente, el piso está limpio, a pesar de las virutas y algún que<br />
otro conito de barro seco. Un ventilador silencioso renueva y refresca el aire. La<br />
pared del frente tiene ventiluces alineados como un gran tablero. Cortinas en la<br />
parte de afuera permiten tamizar el resplandor.<br />
La gordita flanquea la puerta como si diese bienvenida.<br />
Todo muy pintoresco, al pensar de Cúneo, que mecánicamente ejecuta un paso<br />
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