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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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EL ATELIER DE CLAUDIO era una caja de esquinas mohosas, cuyos rincones<br />

se disimulaban detrás de atriles, lienzos sin bastidor y ajetreados taburetes<br />

remendados con alambre. A un lado de la ventana, una biblioteca de pie era el<br />

inestable descanso de pomos famélicos y latas resecas. Frascos que alguna vez<br />

supieron de mayonesa albergaban dentro de su agua plena de hongos a pinceles de<br />

dos y tres pelos. Había muchos libros. Una enciclopedia sin tapas formaba una pila<br />

de seis volúmenes bajo la cortina de mimbre. La pila perdía uno o dos libros cada<br />

vez que alguien pretendía hacerse de luz corriendo la cortina y los pateaba. Luego<br />

nadie volvía a acomodarlos, menos Claudio, fiel creyente en que la disposición<br />

espontánea de las cosas era a la vez la más funcional. Además, aquellos libros hacía<br />

mucho que habían dejado de ser objeto de consulta pues la cuarta edición de la<br />

enciclopedia – que Cúneo creía era “El tesoro de la juventud” – databa de 1952.<br />

Libritos de bolsillo, de bateas de saldo, alfombraban el sitio lindero al baño.<br />

Cúneo había hecho una vez el intento de leer en ese baño. Antes de entrar tomó un<br />

libro al azar. Posó las nalgas sobre el inodoro y al hacerse hacia adelante para apoyar<br />

sus codos en los muslos, dio con su cabeza en la pared. Ese porrazo le reveló una<br />

verdad: era imposible leer allí dentro. Irguió la columna haciéndose un poco más<br />

atrás pero debió traer las hojas tan cercanas a su vista que no lograba hacer foco en<br />

las palabras. Se hizo a un costado, quizás torciéndose a hacia la ducha pudiera<br />

establecer la distancia adecuada. No había ducha. Tampoco bidé. Sin embargo sabía<br />

que en ese baño Claudio y sus mujeres solían asearse. La respuesta llegó en un<br />

vistazo hacia el techo: la flor, unida al tanque de agua del mismo inodoro por un<br />

caño plástico, colgaba justo por encima de su cabeza. Correrse hacia el lavabo era<br />

otro imposible. Era lo único grande en esa prisión, gordo, tan robusto que no se<br />

entendía cómo aquél delgado pie de cerámica lograba mantenerlo arriba. No era<br />

posible leer, no era posible hacer casi nada en ese cuarto de baño. No obstante<br />

Cúneo había presenciado que de allí salían sin contorsiones hombres y mujeres<br />

comentando chismes y reflexiones.<br />

Suponía que Claudio leía de todo, eso no le sorprendería, de lo que no dudaba,<br />

pues él mismo se lo había dicho, era que jamás compraba un libro. Los que tenía le<br />

habían llegado por muy diversas vías. Herencia, intercambio o permuta; a menudo<br />

le pagaban un óleo o una xilografía con una buena cantidad de textos, o con música,<br />

lo cual lo reconfortaba como ningún otro pago aunque, claro, no llenaba su<br />

estómago.<br />

Ese tipo de decisiones definían bastante bien a Claudio, aunque no era un<br />

ácrata consumado se reservaba el derecho a seguir creyendo en alguna especie de<br />

orden mágico para las cosas y los contenidos, para los hechos, las presencias y las<br />

ausencias. Incluso los sonidos, también los olores.<br />

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