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por sobre sus cristales verdes. Había interrumpido el tipeado de algún documento<br />
para comentarle a su vecino de escritorio.<br />
– ¿Cómo va el pichón de Arizmendi?<br />
Con un soplido, Cúneo respondió sin entender, pero luego creyó entrever que<br />
ese comentario se asemejaba demasiado a un agravio. Sin perder la compostura,<br />
habló.<br />
– No creo ser el pichón de Arizmendi. Ni de nadie.<br />
– ¡Ja! – explotó el gordo sacudiendo la barriga y con ella el mueble entero.<br />
Cúneo continuó su marcha y se sentó.<br />
– ¡Pero no boludo!, ¡hablo de Ballesteros!. – dijo el gordo sudoroso a punto de<br />
estallar en otra carcajada. La contuvo ante la mirada perdida de Cúneo quien,<br />
inflamada su cara de pudor, partió el conjunto de carpetas en tres grupos y encendió<br />
un cigarrillo.<br />
Luego Lima no soportó y lanzó su risa acompañada de un empellón que<br />
levantó la mesa y arrojó al suelo un vaso plástico lleno de clips y lápices. El gordo<br />
silabeó algo más entre los espacios de aire que su risotada le permitía.<br />
– ¿Sabés qué pasó con Zabala? – Cúneo se apresuró a cambiar el rumbo sin<br />
quitar los ojos del papelerío desparramado y simuló interesarse en una hoja que no<br />
había leído. El infantil malentendido lo había acalorado.<br />
Lima fue controlando paulatinamente su agitación y volvió sus anteojos al<br />
norte de su nariz. También él regresó a sus papeles. Cuando hubo recuperado el<br />
ritmo y la temperatura, señaló:<br />
– No es que haya pasado algo, realmente. Viste cómo somos, estamos todo el<br />
tiempo transgrediéndolas, pero de pronto una formalidad no respetada nos ofende<br />
como chicos.<br />
Cúneo no entendió nada. Esa síntesis del comportamiento jurídico podía ser o<br />
preludio de una explicación inminente o corolario de un sobreentendido. Y<br />
evidentemente era lo segundo porque Lima empezó a murmurar un tango.<br />
– ¿Y?<br />
El gordo se inclinó hacia Cúneo y volvió a bajar sus anteojos para mirarlo por<br />
encima del armazón.<br />
– ¿Qué pasó con Zabala?<br />
La falta de todo rictus delator convenció al gordo de que Cúneo no le estaba<br />
tomando el pelo.<br />
– ¿En serio no viste el noticiero el fin de semana, no leíste el diario?<br />
– Dale gordo, ¿Qué pasó con Zabala?.<br />
Lima volvió el equilibrio a sus rollos de grasa y la vista a su máquina de<br />
escribir. Cúneo aguardó.<br />
– El viernes habló Zabala en los noticieros.<br />
Cúneo enhebró el hilo. Zabala era el senador que se mostraba en el cristal del<br />
televisor mientras él prefería al koala y Sebastiana, a un lado de la cama, volvía a<br />
vestirse.<br />
– Hace cinco días se conoció la sentencia a un pibe que inició un incendio, diez<br />
años atrás, en una disco donde murieron cerca de veinte personas. Catorce años le<br />
dieron. Zabala se hizo presente en el lugar, saludó a los familiares de las víctimas,<br />
declaró consternado a los medios y se esforzó por hacer notar que sobre el tema<br />
conocía bien. En aquella época él era intendente de Pozos, el municipio donde estaba<br />
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