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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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LAS VERDURAS REBALSAN LA BACHA, no son muchas pero cada espacio en<br />

ese departamento parece diseñado para pigmeos que ni cocinan, ni comen ni se<br />

mueven demasiado.<br />

La piedra de la mesada no alcanza al metro de largo. Sus fronteras son una<br />

kitchenette y la delgada mampostería que la separa de la sala comedor. Apelmazada<br />

contra ella, cada vez que abre o cierra la canilla, ralla una zanahoria o transforma en<br />

dados un tomate, Laura lanza el estruendo de su codo al estrellarse, acompañado<br />

por el bajo compás de un insulto siempre distinto.<br />

A pesar de ello, adora ese lugar con manchas de humedad, cerámicos flojos y lo<br />

hace en la misma dimensión con que Cúneo lo aborrece.<br />

Laura murmura una canción, pero esa canción nada tiene que ver con aquella<br />

que escupe la membrana rajada del parlante. Dueña de una asombrosa facilidad<br />

para ausentarse y hacerse de sus propios silencios, Laura construye fragmentos<br />

aislados de una canción de Romiestet cuya letra le es apenas conocida, cuestión que<br />

no le imprime pudor a su palabra. Por el contrario, se anima a incluir en su<br />

canturreo lo que oyó decir a la artista al presentarse en el escenario: “¡Cómo están!”.<br />

Luego se responde a sí misma, adoptando tono de multitud: “¡Bien!”. Imita la voz de<br />

la cantante para volver a preguntar: “¿Realmente todos están bien?… ¿cada una de<br />

las personas en la sala?”. Laura deja el cuchillo en la mesada para moldear su rostro<br />

en una mueca de sorpresa y representar la parte que más le gusta: “Eso es bastante<br />

asombroso”. Y abre grande sus ojos miel. Se produce una pausa partida en dos por<br />

el cuchillazo a un pepino. Luego Laura dice: “Esta canción se llama Cobarde” y<br />

empieza a cantar.<br />

En cualquier momento Cúneo bajará e interrumpirá la evocación del recital o<br />

cualquiera sea la escena que ella esté inventando, pero para Laura estará bien. Hay<br />

que anclarse de vez en cuando, aún la poca atención que presta él a sus fantasías o a<br />

sus frivolidades a Laura le produce tranquilidad y espera con paciencia alguna<br />

afirmación de esas que le son tan propias y que se balancean entre lo<br />

inevitablemente mundano y lo potencialmente poético.<br />

Tal vez Laura haya creído ver algo de esa destreza cuando conoció a Cúneo,<br />

recién divorciado, pateando una botella de plástico por Parque Chacabuco.<br />

Era un fin de semana gris, de llovizna. Laura lo había divisado a la distancia,<br />

suponiendo se trataba de un yuppie que acababa de perder unos dólares en una<br />

transacción errónea. Venía con su corbata azul floja, su saco abierto y la camisa<br />

blanca pesada de sudor. Su cabello corto y mojado brillaba a medida que avanzaba<br />

por la vereda. No es que a ella le gustara él a la distancia, se preguntaba por qué<br />

cuernos no se quitaría el saco si estaba así de sofocado.<br />

La vereda lindante con la avenida era una nutrida comunión de puestos de<br />

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