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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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LE INCOMODÓ AQUELLA AUSENCIA DE VOCES y lo primero que pensó<br />

fue en cómo resolvería su peinado.<br />

La noche había sido fría y aún llevaba puesto el pijamas. La mañana era<br />

cenizas, el recuerdo sonoro registrado durante el sueño le indicaba que había llovido<br />

en la madrugada.<br />

No le gustó el olor de su habitación. Se sintió viejo y un poco enfermo. Tardó en<br />

levantarse, sus huesos chillaron. Quiso creer que era viernes y como se supo errado,<br />

evitó confirmarlo con el almanaque. Apareció en el pasillo, arrastrando las pantuflas<br />

y fregando sus ojos. En ese acto descubrió que debía tener ojeras porque sobre los<br />

pómulos sus yemas notaron un colchón de piel.<br />

Se rascó la cabeza y fue hasta la cocina para encender la hornalla. Los enseres<br />

sucios se desplomaron y golpearon unos con otros cuando quiso quitar una<br />

cucharita de debajo del montón. El olor del gas volvió a despertarlo. Luego el<br />

crepitar de la llama.<br />

Se asomó al comedor. La gota seguía allí.<br />

Se acercó hasta la ventana. En efecto, las baldosas del patio interior estaban<br />

empapadas. El portero rompía los charcos con un palo de secar mientras silbaba un<br />

tango o un bolero.<br />

Septiembre daba tregua en ese cielo de algodones iracundos. Sintió un breve<br />

escalofrío y se retiró de la ventana. Al pasar por la gota se detuvo un instante. Miró<br />

el junco, quieto, verde.<br />

Volvió a enterarse de que se había levantado cuando su pie tropezó con una<br />

tabla suelta en el falso parqué. Había visto algo, al pasar por la cocina, que debió<br />

advertirle del peligro. Sin embargo, en ese estado de ausencia no logró compaginar<br />

los hechos y avanzó hacia el cuarto de baño.<br />

Puso sus manos anchas y enteras sobre sus ojos para sosegar la modorra, y<br />

cuando las retiró entendió que lo que allá había visto era el palo del secador. La<br />

portezuela del botiquín estaba cerrada.<br />

Se encontró con una mirada que le examinaba cada poro de su cara abotargada.<br />

Con la estampida de sus latidos recobró la lucidez.<br />

Estaba viéndose en el espejo.<br />

¿Sería esa la primera mañana? No tenía demasiados fundamentos para afirmar<br />

o negar, los olvidaba a todos cuando su imagen se colocaba al frente. Podía ser la<br />

primera vez, en efecto.<br />

Una mañana idéntica se había despegado de una noche de sueños turbulentos<br />

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