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– Quizá con máscaras de filtro se hubiese podido paliar esa situación, aunque<br />
dudo que algún especialista les avalara esa posibilidad, colegas. Siquiera eso, pero<br />
hete aquí que las máscaras que proveía la empresa eran barbijos comunes, del<br />
mismo tipo que utilizan las enfermeras. Sin hopcalite, ni óxido de cobre, etcétera. Y<br />
la concentración del contaminante, deducido por la cualidad de la herramienta, las<br />
dimensiones del espacio y el número de operarios, según los papeles bá, superaba<br />
con amplitud el dos por ciento tolerable.<br />
Cúneo se sintió triunfador, aunque no lograba perturbar el rictus ni de<br />
Ballentin, que había hecho señas por otro café, ni mucho menos de Artud, que a<br />
veces parecía no oírlo.<br />
– ¿Qué pica en La Valetta? ¿Sardina?<br />
– Qué rica la sardina albanesa. – se relamió Ballentin – Hay un lago del que se<br />
saca una especie rara, que vive solamente allí. – lo miró a la espera de información<br />
pero Cúneo no agregó nada más que un corto meneo de cabeza. Esperaba que por<br />
fin el encuentro perfilara alguna alternativa concreta de negociación y acabara la<br />
estéril exhibición de armas.<br />
Luego del primer sorbo de café, a Cúneo le extrañó la ausencia de palabras que<br />
insinuaran la posibilidad de un acuerdo que evitara el conflicto, la mancha en los<br />
antecedentes de la empresa. Acuerdo que no hubiese aceptado, de todos modos. La<br />
tajada tenía altas probabilidades de ser mucho mayor. Pero aquellos dos, o no<br />
estaban interesados en otra cosa que sus propios honorarios, o estaban realmente<br />
convencidos de ganar.<br />
– Ballesteros sigue viviendo en lo de siempre ¿verdad?<br />
– Que yo sepa.<br />
– Sobre Pellegrini y Mateson.<br />
– Sí, Pellegrini al mil y pico.<br />
– Linda zona – apuntó Artud.<br />
Cúneo conocía el domicilio de su cliente sólo por mención. Nunca había viajado<br />
a San Luis.<br />
– Linda zona porque se ven los cerros. El barrio es medio pesado. – comentó<br />
Ballentin.<br />
– El barrio es medio pesado, sí. Más que nada mugriento.<br />
– El hombre es un laburante. Si sus patrones reconocieran su esfuerzo quizá<br />
pudiese mudarse a un sitio más bonito. – aprovechó para apuntar Cúneo.<br />
– Claro que sí. Ballesteros es un hombre que puso su vida al servicio de una<br />
empresa. Más de treinta años, no es joda, che.<br />
– ¡Treinta años! – se compadeció Ballentin – Yo ni en pedo.<br />
– A vos te falta romanticismo, Ballentin. Ya te lo he dicho.<br />
– Lo que afea al barrio, aún más que la ruta que lo corta en dos, es la cercanía al<br />
parque industrial.<br />
– Pero no está tan cerca. – corrigió su compañero.<br />
– No está tan cerca, es verdad. Pero en esa zona se despliega el sector de<br />
servicios de la industria.<br />
– Dígame, Cúneo – Artud volvió a buscarle los ojos. – ¿Por qué se produce la<br />
afección que tiene Ballesteros?<br />
– Inhalación de óxido de hierro. - respondió Ballentin.<br />
– O sea partículas.<br />
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