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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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– Quizá con máscaras de filtro se hubiese podido paliar esa situación, aunque<br />

dudo que algún especialista les avalara esa posibilidad, colegas. Siquiera eso, pero<br />

hete aquí que las máscaras que proveía la empresa eran barbijos comunes, del<br />

mismo tipo que utilizan las enfermeras. Sin hopcalite, ni óxido de cobre, etcétera. Y<br />

la concentración del contaminante, deducido por la cualidad de la herramienta, las<br />

dimensiones del espacio y el número de operarios, según los papeles bá, superaba<br />

con amplitud el dos por ciento tolerable.<br />

Cúneo se sintió triunfador, aunque no lograba perturbar el rictus ni de<br />

Ballentin, que había hecho señas por otro café, ni mucho menos de Artud, que a<br />

veces parecía no oírlo.<br />

– ¿Qué pica en La Valetta? ¿Sardina?<br />

– Qué rica la sardina albanesa. – se relamió Ballentin – Hay un lago del que se<br />

saca una especie rara, que vive solamente allí. – lo miró a la espera de información<br />

pero Cúneo no agregó nada más que un corto meneo de cabeza. Esperaba que por<br />

fin el encuentro perfilara alguna alternativa concreta de negociación y acabara la<br />

estéril exhibición de armas.<br />

Luego del primer sorbo de café, a Cúneo le extrañó la ausencia de palabras que<br />

insinuaran la posibilidad de un acuerdo que evitara el conflicto, la mancha en los<br />

antecedentes de la empresa. Acuerdo que no hubiese aceptado, de todos modos. La<br />

tajada tenía altas probabilidades de ser mucho mayor. Pero aquellos dos, o no<br />

estaban interesados en otra cosa que sus propios honorarios, o estaban realmente<br />

convencidos de ganar.<br />

– Ballesteros sigue viviendo en lo de siempre ¿verdad?<br />

– Que yo sepa.<br />

– Sobre Pellegrini y Mateson.<br />

– Sí, Pellegrini al mil y pico.<br />

– Linda zona – apuntó Artud.<br />

Cúneo conocía el domicilio de su cliente sólo por mención. Nunca había viajado<br />

a San Luis.<br />

– Linda zona porque se ven los cerros. El barrio es medio pesado. – comentó<br />

Ballentin.<br />

– El barrio es medio pesado, sí. Más que nada mugriento.<br />

– El hombre es un laburante. Si sus patrones reconocieran su esfuerzo quizá<br />

pudiese mudarse a un sitio más bonito. – aprovechó para apuntar Cúneo.<br />

– Claro que sí. Ballesteros es un hombre que puso su vida al servicio de una<br />

empresa. Más de treinta años, no es joda, che.<br />

– ¡Treinta años! – se compadeció Ballentin – Yo ni en pedo.<br />

– A vos te falta romanticismo, Ballentin. Ya te lo he dicho.<br />

– Lo que afea al barrio, aún más que la ruta que lo corta en dos, es la cercanía al<br />

parque industrial.<br />

– Pero no está tan cerca. – corrigió su compañero.<br />

– No está tan cerca, es verdad. Pero en esa zona se despliega el sector de<br />

servicios de la industria.<br />

– Dígame, Cúneo – Artud volvió a buscarle los ojos. – ¿Por qué se produce la<br />

afección que tiene Ballesteros?<br />

– Inhalación de óxido de hierro. - respondió Ballentin.<br />

– O sea partículas.<br />

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