ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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muñecas. Supo esa misma tarde que algo demasiado importante había cambiado en la vida de ambos. Y un oscuro pesar le cobijó. Aquél que le decía que había sido cierto lo que sintió apenas se acercó al cuarto de los cachivaches, antes de pegar su oreja a la puerta. Alguien lloraba allí dentro. Alguien que no era Giovanna. 108
POR MÁS QUE SU EDAD LE SUGIERE EVITARLO, Giovanna no puede esperar su turno en un diálogo sin morderse la rosa cáscara de su labio inferior, igual que su madre. Y a veces se mira las manos sin saber por qué, las analiza al derecho y al revés, como si pudiera hallar en ellas algún indicio que responda alguna pregunta, por ejemplo, a por qué se mira las manos. Al igual que su madre, Martina tiene la nariz redonda, con dos aletas que pergeñan cavidades perfectamente ovoides. Los ojos son de Cúneo, es decir, el color de ojos, porque la línea de las cejas y el peso de sus párpados sin duda le vienen de Giovanna. Y el color de cabello. Su madre insiste en batírselo de esa manera, como lo lleva ella, y no hay cómo escapar al recuerdo de Giovanna cuando se ve a Martina de espaldas. La nena, que nació una mañana de paro general de transportes, que pesó poco más de tres kilos, que no llevaba por pelo más que una pelusa transparente y cuya madre, mientras contaba los dedos de sus manos y pies, no hacía otra cosa que llorar y dar vuelta la cara para no salir con esa facha en las fotografías que Cúneo tomaba desde todos los ángulos, tamborilea una secreta melodía sobre su falda. Su padre, a su lado, mantiene la vista al frente y la mano izquierda aferrada al asiento de adelante. El colectivo viaja emitiendo un bajo quejido, sacudiendo su corpachón abollado en las esquinas de doblemano. El pasaje está completo. Al fondo, un trío de jóvenes pálidos y barbudos conversan a los gritos y son los únicos que han debido viajar parados. Sin embargo, en la siguiente parada asciende una mujer de unos sesenta años, maquillada en demasía, cubierto su cuello con una chalina de pelo blanco y pesadas sus muñecas por sonoras pulseras de brillo multicolor. Tras quitar su boleto de la máquina echa un detenido vistazo al habitáculo. Encuentra a Cúneo y comienza a acercársele, al tiempo en que el colectivo reinicia la marcha sobre un bulevar sin árboles ni plazoletas. La mujer zigzaguea confiada a su mano derecha, mientras con la izquierda vuelve una y otra vez a reubicar sobre el hombro la correa de su cartera. Al pasar por la tercer fila, el hombre obeso que al subir casi pierde un tobillo, gira sobre sí para observarle las nalgas enfundadas en el pantalón negro. Un murmullo intenso y silencioso avanza de fila en fila siguiendo idéntico recorrido que el perfume dulzón y el taconeo desequilibrado de la mujer. Al llegar a la butaca que ocupa Cúneo, mira a este al ceño y aguarda, con cierta impaciencia. - ¿Me disculpa?. Cúneo acepta la pregunta y accede a mirarle los ojos grises y luego la boca roja. – ¿Cómo? La mujer señala a Martina con la punta chata de su nariz. 109
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El poema que no digo, el que no mer
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no sólo el indolente brillo profus
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y retornar la persiana para compren
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CUANDO ELLA DICE, entre todo lo que
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UNA MELODÍA DISPERSA ocupa el luga
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académico, cuestión ventajosa sob
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LAS PALABRAS DE LAURA se derraman e
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LAS VERDURAS REBALSAN LA BACHA, no
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ELLA ESPERÓ, reprochándose justam
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juventud tardía, como si toda su v
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El sol se había ubicado a la altur
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que luego adoptó. A la cabecera de
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LO LLAMAN TOCÁNDOLE EL ANTEBRAZO.
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EL LUNES SURGE DE LAS CENIZAS de ot
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emprender simultáneamente la búsq
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AJJ. SAL. SARDINA. Entra sardina. S
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efugia en una serie de impulsos mat
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Pausa. Primero pausa para oír mejo
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Cúneo apilaba papeles sin mirarlo
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- Bien, algo menos. - suspiró mien
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junta ante los jefes consideraba me
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Cúneo volvió con sus ojos al inte
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Silva ya tenía el dedo en el botó
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tema climático ocupó la escena. E
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VIVIÓ, REPETIDA POR DOS, LA MISMA
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EL LUSTROSO LLAMADOR da impacto y d
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desnutriciones y abandonos, aquella
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parecía estar sola. Cúneo vio a G
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NADIE RESPONDIÓ a su balbuciente l
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Silva mantuvo su silencio. Pitó co
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SILVA TOMÓ SU MALETÍN y de un sal
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Silva pitó su cigarrillo mientras
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AL ABANDONAR EL EDIFICIO, Cúneo ad
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vagón de ciegos, los ojos sin vigo
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La muchacha de la bandeja corta la
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de su frecuencia cardiaca. En ese a
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- Te lo dije, es bueno. - señaló
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LAS AGUAS GOLPEAN contra el murall
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- Un bufete muy prestigioso. - dijo
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- Si para mí es lo mismo o no, pas
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DENTRO DE SU COMEDOR, Cúneo se rec
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‘Hombre detrás del espejo’ Úl
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