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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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y retornar la persiana para comprenderse dentro de un living ahora más<br />

penumbroso.<br />

Se refregó los ojos, el aire era húmedo y su ingesta agobiante. Parado como un<br />

autómata desenchufado, con los brazos y la cara muerta, soñó unos minutos durante<br />

los cuales las cosas parecían sucederle a otro. Aquella anécdota imbécil del sueño<br />

estaba perdida para siempre, pero se le apareció otra vez del lado de la memoria, y<br />

quién sabe por qué giró para cerciorarse de la gota. No como si fuesen la misma cosa<br />

sino como si provinieran del mismo lugar y como si el destino de ambos, gota y<br />

rostro que se hunde en el barro, se situara en la esquina de la misma incógnita. Él<br />

sabe que existe un instante, una fogarada que anula todo recuerdo de las historias<br />

que suceden dentro del sueño. La tranquilidad que supone percibir la diferencia<br />

entre vigilia y sueño está resguardada por el oportuno mecanismo que, durante la<br />

vigilia, baña de olvido la parte del sueño y durante el sueño, borra la vigilia. Pero<br />

esa tranquilidad depositada en la propia fisiología se ve a veces amenazada por<br />

errores de cálculo que ni Cúneo ni nadie sabrán prever ni solucionar, debido a los<br />

cuales cuando uno despierta, en ocasiones recuerda lo que soñó.<br />

Piensa en las veces que puede recordar el punto de la fogarada, ese instante en<br />

el que debería comenzar el olvido, ese fino momento previo a que los párpados se<br />

abran. Piensa que resulta bastante ridículo reflexionar sobre los modos en que se<br />

recuerda lo que se olvida, sin embargo en eso piensa. Entonces Cúneo se pregunta<br />

por qué esta vez pudo recordar. Luego se enfrenta con una realidad no menos<br />

inquisidora, pues no sabe si esas preguntas forman parte genuina de la ansiedad por<br />

desgranar su existencia o un ardid vulgar para construirse la excusa de retrasar su<br />

llegada al baño.<br />

Sale del living y retoma lentamente el camino. En dirección hacia el pasillo su<br />

pie dio con el almohadón. Sonrió para sí, pero tan para sí que ninguno fuera de su<br />

cuerpo lo hubiese notado; sonrió por recordar el idilio de Laura y ese almohadón la<br />

noche anterior. A esa altura de su despabilo podía aceptar por tonta la idea de<br />

divagar por la casa para no encontrarse con su propio reflejo, pero antes de iniciar el<br />

pasillo apretó con violencia la tecla del viejo aparato de radio. La primera nota de<br />

esa estación mal sintonizada le hizo arrepentirse de haberlo encendido, pero en ese<br />

intervalo donde punta y talón se suceden, se hizo tarde: ya estaba dentro del baño.<br />

Simuló distraerse y corroborar que la canilla de la ducha no goteara. Era una<br />

oportunidad para agacharse. Luego estiró la cortina de plástico, con la mirada a la<br />

altura de las cerámicas, evitando el espejo, miró la bañera primero, luego el lavabo.<br />

Se detuvo en el grifo. Giró el del agua fría, entonces descubrió que ese era el punto<br />

exacto donde todo comenzaba a suceder: cuando el chirrido del gozne oxidado,<br />

luego el agua golpeaba los bordes e iniciaba la progresión de anillos y espirales y se<br />

perdía finalmente por la rejilla.<br />

El instante en el que Cúneo entiende la angustia que lo hace rodear el sitio por<br />

minutos, donde vuelve a justificar tamaña chiquilinada de deambular por toda la<br />

casa cada mañana, es el despertar del chirrido de la canilla. Porque la rutina lo envía,<br />

secuencialmente, a colocar sus manos debajo del caudal, a levantar el agua y<br />

arrojarla sobre su cara, fregarse las esquinas de los ojos con los dedos mojados,<br />

erguir su cabeza y después apartar las manos. Entonces quedan allí solos. Él y el<br />

espejo. Sus ojos, indefensos, y el espejo. Olvida el agua, incluso el repiquetear le<br />

parece de otro momento y recuerda lo que siempre recuerda, lo que siempre, desde<br />

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