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– Acá parten los pelets ¿no? Los que antes venían de Sierra Grande. ¿Ese es el<br />
hierro jodido? – consultó Ballentin haciéndose el inocente.<br />
– Digo yo, esa porquería que usan para la soldadura industrial… ¿cómo carajo<br />
se llama?<br />
– No sé. – respondió Cúneo esperando a que Artud detuviera su carrusel.<br />
– Tiene hierro ¿no? Partículas, digo.<br />
– Tira un humo que es tóxico hasta el carajo. – aportó Ballentin.<br />
– En la zona donde vive Ballesteros, o sea, su domicilio legal, tengo entendido<br />
que existen talleres de soldadura. ¿No es ese el sector de servicios del parque<br />
industrial?. Pues bien, clarifiquemos la cuestión: según los asesores médicos a los<br />
que hemos acudido, la tal siderosis también puede producirse por la inhalación<br />
regular del humo del soplete.<br />
– Puede ser, Artud. Pero las condiciones de espacio abierto que presenta la vida<br />
en un barrio durante cuatro meses al año, que paso a decirte es una consideración<br />
desmedida ya que Ballesteros sólo iba a San Luis de vacaciones, no pueden<br />
equipararse a las condiciones de enviciamiento en una atmósfera tan particular como<br />
la del pabellón tres cuarenta y cinco durante los otros dos tercios del año.<br />
– Puede ser, mi estimado Cúneo. – Artud se levantó, planchó su saco y tomó el<br />
maletín. Su compañero, sorprendido, dejó su silla y lo imitó. – Pero que para tal fin<br />
será necesario que pruebes esa atmósfera particular a la que hacés mención.<br />
Mientras tanto, me parece que el taller a dos cuadras del domicilio de Ballesteros<br />
tiene más posibilidades de consagrarse como causante de su tos. Espero tengas<br />
suerte, Cúneo. Ha sido un gusto.<br />
Artud estrechó la mano con firmeza. Cúneo lo valoró e intentó devolver el<br />
gesto. Luego vino Ballentin, que aún no se acomodaba el saco.<br />
Los abogados de la empresa volvieron a despedirse, esta vez con un tenue<br />
cabeceo desde la puerta, y luego enfrentaron su despreciado viento.<br />
Cúneo se quedó flanqueando la banderola de acrílico. Aunque sus sienes<br />
galopaban, podía decir que salía airoso de su primer encuentro profesional a cargo<br />
de una causa. Fue cauto. Entendió que las cosas estaban repartidas con mucho<br />
equilibrio y que un estornudo podía cortar el hilo. Había que tomar distancia para<br />
sacar conclusiones pero se permitió confiar en el as que tenía en la manga.<br />
Debajo del casco amarillo, el hombre de bigotes lo aguardaba con los ojos<br />
pequeños y la cara de póquer.<br />
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