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EL LUNES SURGE DE LAS CENIZAS de otra semana idéntica, idéntica a esta,<br />
que está fresca y reluce, pero que amontonará su propio puñado al cabo de siete<br />
días. Cúneo se halla demasiado amodorrado para entender que no se trata de un<br />
lunes en realidad y que sus conjeturas son inútiles, sino de un viernes sucesor de un<br />
feriado. Se para al borde de la puerta del baño, con las manos a los bolsillos. No<br />
amanece y no lo hará hasta dentro de unas horas, la luz del exterior todavía es<br />
aportada por las farolas automáticas. Vacío de bostezos, no ha sido difícil para<br />
Cúneo hallarse en el pasillo azul por el gas de las lámparas públicas, luz que<br />
también dibuja las cornisas de los objetos, de las molduras, anticipa el abismo de los<br />
entrepaños, algún cuadrado de sombra en la pared, el marco para una pintura por<br />
parirse con el ascenso del sol, un paño vacío y el olor de la madrugada, un aroma<br />
fresco como salido de otro tiempo. Ese olor en su nariz lo traslada a otro momento<br />
de su vida, sin quitarlo de este. ¿Son dos lugares distintos o es el mismo lugar? ¿Y si<br />
ha estado allí toda su vida? ¿Y si nunca ha sido niño y ha vivido observando el baño<br />
con las luces apagadas, apoyado en el borde de la puerta, sin animarse a entrar; si<br />
toda su vida ha sucedido girando alrededor del mismo y circular temor?.<br />
Se queda mirando la oscuridad del cuarto con la fragilidad de una intención<br />
que tarde o temprano se verá enfrentada al correr de las cosas, la de no accionar el<br />
interruptor y derramar la luz blanca por todo el espacio, como si la otra luz, la<br />
poderosa, la solar, nunca llegara a penetrar los cristales con la prepotencia del<br />
destino. Permanece parado como en la visualización del vagón final que se pierde o<br />
en la vía curva o en la capacidad del ojo como algo que no se sabe si termina o está<br />
por comenzar, y se pregunta si la gota estará allí en la soledad del living y por qué<br />
será que no puede entrar al baño. Tiene granos de algún polvo, tal vez arena, en las<br />
costuras de los bolsillos del pantalón pijama. Los descubre gracias a las yemas.<br />
Estuvo hurgando en alguna parte, en Internet, en algún libro, por coincidencias<br />
con su absurdo temor, pero hasta aquí nada convincente. Pérez Corte le respondió<br />
con un gesto desdeñoso: “me agarrás desprevenido Cúneo. ¿Por qué caso es, el de<br />
Barrales y Ruiz?”. Quizás Pérez Corte supiera algo, de todos modos no muy<br />
esclarecedor, pero igualmente jamás lo hubiera soltado. Sosa le sugirió un libro a su<br />
entender muy bueno, de un autor peruano desconocido y que a ella le había hecho<br />
reflexionar. No precisó sobre qué, pero Sosa era una mina bastante colgada,<br />
demasiado lisérgica como para que la sugerencia tuviese esperanza. Sin embargo,<br />
alcanzó a mencionar que un tal Benedetti había exigido a un torturador mirarse en<br />
un espejo y que la amante de un tal Bolzano se había atrevido a hablar de las<br />
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