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lengua. Y recuerdo el regreso en el destartalado Citroën, en cuyo asiento trasero se apelmazaba la borregada. Veo a papá conducir lleno de agotamiento y a mamá cebándole los últimos mates. Después de ese delirio sacudo mi cabeza y me pregunto... – “¿Y las moharras?” – interrumpe oportunamente Cúneo. – ¡Claro! – festejó ella – ¿qué banderines? ¿qué moharras?, ¿qué cuernos estaba leyendo? – ¿Cómo le quedaba a mamá este guardapolvo? Martina sabe que ese guardapolvo fue una vez de su madre. – Nunca la vi usando este guardapolvo. – responde Cúneo, alisándole el vestido. – Y dejate el moño tranquilo. Seguramente mamá lo usaba antes de que yo la conociera. – Cuando vos la conociste, ¿mamá ya era vieja? 64
FRENTE A UNA MULTITUD de globos perlados y bombillas de colores, acurrucado en una incómoda silla plástica, Cúneo observaba el escenario donde los niños habían iniciado las declamaciones. El salón era cúbico, las mitades inferiores de las paredes estaban lamidas con pintura lavable, el techo era bajo y las ventanillas rectangulares y largas. El amplio espacio se alivianaba con columnas de fustes cuadrados, rígidos. A los costados y por detrás aparecían las ventanas de las aulas, una pegada a la otra, progresando en una insoportable cadena de espejos. Cúneo sabía que estaba reflejándose por doquier. Por demás sabía que era imposible escapar a las superficies especulares en todo momento, intentarlo era un absurda pérdida de energía, pero al menos defendía su derecho a evitar que el Cúneo de los cristales encontrara los ojos de este otro, dueño de los olores y los sabores. Se procuró indiferente a los hermanos a sus espaldas, quiso concentrarse en aquellos pigmeos que en homenaje al gran padre del aula desfilaban vestidos de mineros, soldados, maestros y presidentes, y se interrumpían en los discursos provocando las extasiadas agitaciones de los padres. Pero un temblor le visitaba, una comunión de huéspedes inesperados le violó la piel. Ya era tarde. Al principio pudo disimularlo sacudiéndose en un escalofrío. Luego el aire se llenó de puntos y espirales, de círculos concéntricos como piedras al agua. Cúneo sabía que lo escudriñaban desde todos los cardinales, los cristales lo urgían a girar y encontrarse con su reflejo, en este, en aquél, en cualquier espejo. Provenía del vidrio un vacío hueco y helado que le golpeaba los hombros o la espalda, a veces era ardiente como el hálito de un dragón y casi podía oler sus propios cabellos chamuscados, abrasándose hasta los capilares, entonces el fuego le había penetrado. Lo tenía dentro y pronto lo sentiría viajando entre el cráneo y la duramadre, y dentro del cerebro, codeándose con las terminales eléctricas; apretó los ojos. El reflejo que le venía de todo el lleno circundante le saldría por la nariz, por la mirada, obligándolo a verse, a recomponerse en un cristal. Lo habrían, entonces, devorado. Iba a gritar. La escuela de su hija, la loggia vibrante de aplausos, el salón de actos, la incómoda silla, lo oirían gritar. Iba a salir corriendo como una niña despechada, tirándose de las mechas. Asustada. Eso era. Asustado. Asustado por el recuerdo. Vívido recuerdo que se hacía presente ahí, como una sombría opresión de dedos en el diafragma, una aguja pertinaz en el estómago, en el pulmón, más en el derecho, que latía como un neumático, abriéndose hacia afuera con todo el aire, ácido como la palabra matinal, luego los huesos, luego los músculos, feteados en lonjas irresponsables, finalmente la piel. Ahora él mismo se paría sin voluntad, insoportable tensión por mirarse. Aquél presente de patio de escuela, era su vívido recuerdo. Ese vívido recuerdo que luego olvidaba, porque olvidaba. Se iba el espejo y él olvidaba. O se iba él del espejo y 65
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El poema que no digo, el que no mer
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no sólo el indolente brillo profus
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y retornar la persiana para compren
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CUANDO ELLA DICE, entre todo lo que
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UNA MELODÍA DISPERSA ocupa el luga
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académico, cuestión ventajosa sob
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LAS PALABRAS DE LAURA se derraman e
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Keys, el boliche incendiado, y esa
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EL MURMULLO DE LAS OFICINAS le crec
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EL ATELIER DE CLAUDIO era una caja
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- Interpreté tu necesidad, Cúneo.
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Silva mantuvo su silencio. Pitó co
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- Es una moraleja pintoresca, pero
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Silva pitó su cigarrillo mientras
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de su frecuencia cardiaca. En ese a
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- Te lo dije, es bueno. - señaló
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que seguían provocándole. No deam
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LAS AGUAS GOLPEAN contra el murall
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- Si para mí es lo mismo o no, pas
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DENTRO DE SU COMEDOR, Cúneo se rec
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‘Hombre detrás del espejo’ Úl
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