Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
CÚNEO ATRAVESABA un reciente divorcio. Vivía en un diminuto<br />
departamento alquilado en el gris barrio de San Cristóbal. Había tenido que<br />
abandonar reducido a paquetes una casa que era suya y que había comprado con su<br />
propio dinero mucho antes de contraer matrimonio. Había comprado aquella casa en<br />
el coqueto barrio de Caballito apilando moneda tras moneda gracias a las horas que,<br />
paralelamente a su carrera, había dedicado a un mostrador de heladería primero y a<br />
una agencia de seguros después, sumado a alguna muy pequeña herencia.<br />
Por su hija Martina y sólo porque aquella casa de Caballito era su hogar y<br />
aquélla su piecita, resignó esas paredes que constituían su primer sueño hecho cosa,<br />
accediendo a irse sin pleito motivado por una naturaleza que entendía poco pero<br />
que le hacía sospechar que una hija debía quedarse con su madre. El descascarado<br />
departamento de San Cristóbal fue el búnker más digno al que pudo acceder. Su<br />
sueldo no era del todo malo, mientras no se dedujesen la hernia que cultivaba a la<br />
altura de las tres primeras cervicales, los dedos manchados de por vida con la tinta<br />
de los sellos, los pulmones fruncidos por cigarrillos propios y ajenos, y la sordera<br />
nacida del persistente clamor de las máquinas de escribir y de las campanillas de los<br />
teléfonos.<br />
Cúneo había ingresado a los juzgados capitalinos poco después de finalizar los<br />
estudios e iniciado prematuramente la acumulación de años de aporte, lo cual se<br />
traducía en retrasados pero seguros ascensos de escalafón. Sin embargo seguía<br />
siendo un secretario hundido en un escritorio, golpeteando teclas despintadas<br />
cuando no corría desde mesa de entrada a las oficinas externas de los tribunales,<br />
disputándole las hojas al viento o quitando alguna de un charco en medio de<br />
puteadas.<br />
Cúneo conservaba el subcutáneo temor de que el sueño del estudio propio, del<br />
bufete prestigioso, que ya asomaba cada vez más raramente, empezara a<br />
aparecérsele como un asunto de antaño, como una vieja gracia de facultad, como una<br />
prístina imagen de la adolescencia capturada de los televisores que repetían sin<br />
hartazgo los modelos Petroccelli de progreso trascendental. Sabía que renunciar a<br />
ese sueño era una instancia de las que confunden madurez con vejez, pero al mismo<br />
tiempo creía entender que aferrarse a él importaba pura ingenuidad.<br />
Aquel jueves feriado en el que Cúneo seguía sin entender a quién se<br />
homenajeaba, Laura se había puesto a desarmar prolijamente unas flores que había<br />
dejado secar dentro de un libro. Cuando él hizo el ademán de consultar sobre la<br />
tarea, ella respondió con un breve aunque contundente gesto de intriga. Se rindió<br />
con facilidad, aunque escudriñara cada material desplegado sobre la mesa no podría<br />
entender lo que Laura estaba fabricando. Entre hojas de colores y pomos de acrílicos<br />
faltaba el elemento principal que Laura mantenía en el anonimato.<br />
19