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ebook (.pdf) - Guillermo Imsteyf

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el borde de la silla, como aprestándose a salir corriendo. Une sus manos sobre el<br />

regazo y vuelve a abrirlas en coincidencia con su primera frase.<br />

– Entonces no le has contado nada de nada. Podés fumar acá, si querés. Pueden<br />

fumar, digo.<br />

– Te agradezco. – responde Claudio, que en lugar de llevarse el tabaco a la boca<br />

se come la cutículas. – No me pareció correcto anticiparle nada, Elsa. En cambio sí<br />

me pareció adecuado que se conocieran para que vos misma le cuentes lo que<br />

consideres importante.<br />

– Está bien. – repite Elsa, quien con esfuerzo intenta dirigir su intención a ese<br />

hombre al que es tan difícil mirar a los ojos – Veamos, ¿su nombre, me dijo…?<br />

– Cúneo.<br />

– Cúneo. La verdad sea dicha, no creo que haya muchas cosas para explicar.<br />

– Yo quiero disculparme, no he traído nada, Ribolsi no me anticipó que habría<br />

una entrevista.<br />

– ¿Entrevista? Permítame distenderlo un poco. Llamésmosle charla. Aunque me<br />

han rechazado la invitación de un café, ese sería el verdadero tono de este encuentro.<br />

Por otro lado, para ser sincera, y discúlpeme por favor, simplemente no esperaba<br />

que fuese necesaria siquiera esta reunión. Quizá es porque yo soy muy “al natural”,<br />

como quien dice.<br />

– Sin embargo, y discúlpeme usted a mí, yo insisto en que sería útil que me<br />

pusiera, me pusieran ambos, al tanto de la situación. Sinceramente hubiese querido<br />

estar más preparado para tomar las notas del caso, pero ni una libreta he traído.<br />

– Comprendo.<br />

Cúneo percibía que su perplejidad no era efectivamente incorporada por la<br />

gorda, como si parte de las palabras que él pronunciaba fuera descartada o desviada<br />

sistemáticamente.<br />

– Claudio me habló de usted. Me anticipó que vendría a verme. Como ha<br />

pasado algún tiempo primero he pensado que se habría arrepentido, luego, al verlo,<br />

que estaría más al tanto de lo que esto se trata. Pero está bien si no, dejemos eso<br />

atrás.<br />

Claudio mira su reloj y sigue comiéndose las uñas. Estará pensando en la<br />

gacela que dejó cabalgando junto a los calmucos.<br />

– Como usted habrá visto, acá nos manejamos de manera muy sencilla, como en<br />

familia. De hecho, el taller se encuentra en mi propia casa. Nuestra manera de<br />

trabajar pretende canalizar la inquietud natural por expresarse. Es decir, en libertad,<br />

aunque, claro, con disciplina. Pero más allá de los horarios, usted puede entrar y<br />

salir del taller, tomar aire o prepararse un café, cambiar la música, reflexionar un<br />

rato. Yo le doy una tarea y le asigno un plazo, y usted la cumple a su modo. Una vez<br />

explicada la consigna y previamente desarrollada la técnica que corresponde, yo<br />

quedo a disposición de los alumnos ante cualquier duda.<br />

– Yo los voy a dejar. – dice Claudio y se levanta de un sopetón. Ya ha besado a<br />

Elsa y palmeado con poquedad los hombros del abogado. - Ustedes continúen.<br />

Conozco bien la salida.<br />

El abogado grita, sin pensar.<br />

– ¡Pará! – y corre a colocarse delante del pintor antes de que accione el<br />

picaporte – ¿Qué carajo pensás que estás haciendo? ¿Qué te pensás que soy? Estás<br />

equivocado conmigo.<br />

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