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XXIV Y XXV JORNADAS DE TEATRO DEL SIGLO DE ORO In ...

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Mercedes Agulló y Cobo<br />

Madrid sigue siendo punto de referencia. Los Mayordomos de Hermandades<br />

y Cofradías pueblerinas, al firmar los contratos de actuación, exigen muchas veces<br />

que las obras sean las mismas que se vieron en la Corte e incluso que se utilicen<br />

los trajes con que se sirvieron, con algún ejemplo incluso de la opinión del Cura<br />

del lugar.<br />

En 1660 las danzas madrileñas estaban a cargo de Francisco García, que se<br />

ocupaba de la contratación de sus integrantes, pero también danzas, danzantes y<br />

músicos se contrataban independiente y personalmente. Los instrumentos músicos<br />

se limitaban a un tamboril, una guitarra y en algún caso, una caja. Era muy habitual<br />

que un marido, un apoderado, o la propia interesada, firmasen obligación para<br />

intervenir en determinadas fiestas; a veces padre, madre e hijas “reforzaban” una<br />

compañía, comprometiéndose no sólo a bailar y cantar sino también a intervenir en<br />

la representación, aunque es frecuente la contratación de una o dos representantes<br />

o representantas para hacer algún papel determinado y es corriente también que<br />

excluyan de su vestuario los “vestidos de hombres, ni de billanas”. ¿Formaban unos<br />

y otros un conjunto temporal de representantes, una especie de compañía sin su<br />

correspondiente “autor”?<br />

La existencia de las Compañías “de título” no parece que hiciera sombra a los<br />

autores de comedias que no gozaban de ese privilegio. Arrendadores de Corrales,<br />

Mayordomos y otros encargados de las fiestas locales, se apresuraban a contratar<br />

con tiempo a quienes habían de intervenir en sus fiestas. No falta nunca la obligación<br />

de llevar y traer desde su lugar de residencia en carros, carretas, galeras y<br />

cabalgaduras a representantes, a los que también, aparte de sus sueldos, se daba<br />

alojamiento y comida y se aseguraba el envío de sus hatos.<br />

Por su singularidad, haremos referencia a la celebración de la Fiesta que en 1618<br />

contrató el Ayuntamiento madrileño con los “maestros de haçer inbençiones de fuego”<br />

Hernando de Soto Vergara, sevillano, y Juan de Barahona, en honor de Santa Teresa.<br />

Una auténtica “falla” se levantaría frente al Convento de los carmelitas madrileños. En<br />

un carro tirado por sierpes y muy lejos de toda referencia a la Mística Doctora, Plutón y<br />

Proserpina y en su entorno Ticio, Sísifo, Tántalo e Ixión, sufriendo sus correspondientes<br />

eternos tormentos, que tal vez querían aludir a sus castigos por sus enormes crímenes<br />

(traduzcamos aquí, por sus pecados). Cientos de cohetes -troneros, buscapiés, bombas<br />

de cometas, voladores de trueno y lágrimas- pájaros, una fuente con su estanque y una<br />

figura sin determinar que remataba el artificio, completaban la espectacular invención.<br />

Ignoramos si el conocimiento mitológico de los madrileños alcanzaba a comprender<br />

los suplicios de los cuatro condenados, pero el espectáculo, en el que lo religioso brilla<br />

por su ausencia, debió admirar al personal.<br />

Se ha recogido también algún documento relativo al trabajo de los volatineros.<br />

El 5 de mayo de 1668, se celebró en Madrid la traslación de la efigie del<br />

Cristo de los Dolores desde el Convento de San Francisco a la nueva Capilla<br />

que se había construido para ella. Con este motivo, se contrató al volatinero<br />

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