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XXIV Y XXV JORNADAS DE TEATRO DEL SIGLO DE ORO In ...

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Javier Huerta Calvo<br />

también a Gil Vicente, Juan del Encina, Juan de la Cueva, Mira de Amescua, Rojas<br />

Zorrilla o Moreto 16 .<br />

Conclusión<br />

En el “Estudio preliminar” a su antología Falange y literatura escribe Mainer que<br />

“en una sociedad pragmática y despreocupada como la que se avecinaba, posiblemente<br />

[el error de los escritores falangistas] estuvo en la distancia abismal que<br />

mediaba entre la fantasía creadora de sus poetas y sus novelistas y las dimensiones<br />

de un mundo cerril e interesado” [Mainer, 1971: 61]. Es decir, en las contradicciones<br />

entre los principios de su ideología y la praxis política de un Régimen que, en<br />

seguida, fagocitó la utopía falangista al servicio de otros intereses más inconfesables.<br />

Los numerosos artículos publicados en la revistas de Falange –Haz, Jerarquía,<br />

Vértice–desde la fundación del partido por José António Primo de Rivera en 1933,<br />

testimonian el papel relevante que la intelligentsia falangista concedió al teatro. Su<br />

rechazo de los autores más comerciales e, incluso, de aquellos otros, ideológicamente<br />

afines pero conservadores, les empujó a revalorizar el teatro clásico. El centenario<br />

de Lope en 1935 fue una buena oportunidad para manifestar el modo<br />

falangista de ver los clásicos, frente a las versiones progresistas o revolucionarias.<br />

Por encima de las diferencias políticas, los falangistas supieron admirar el modelo<br />

que Federico García Lorca había sabido asentar con “La Barraca”. De ella<br />

surgió “La Tarumba”, auspiciada por quienes habían sido estrechos colaboradores<br />

suyos como los artistas José Caballero y Emilio Aladrén 17 .<br />

La entrada en escena de figuras más vinculadas con el tradicionalismo católico<br />

que con el falangismo propiamente dicho, como Luis Escobar, Huberto Pérez de<br />

la Ossa y Felipe Lluch, desvió esta primera práctica falangista de sus postulados primigenios<br />

en beneficio de un teatro de espectáculo con el auto sacramental como<br />

forma dramática predilecta. Es éste el relevo que, en los primeros cuarenta y tras<br />

el nombramiento de Escobar como responsable del Teatro María Guerrero, y la<br />

16 Los montajes de Felipe Lluch merecieron también los mayores elogios. He aquí el juicio que<br />

a un anónimo articulista le merece la puesta en escena de Las mocedades del Cid: “Felipe<br />

Lluch ha demostrado con Las mocedades del Cid, de Guillén de Castro, todo lo que es capaz<br />

de hacer por el teatro español. Pero, entiéndase bien, no limitándose a representar con el<br />

máximo decoro una obra clásica, que esto sólo sería cosa de medios, sino valiéndose de<br />

esos medios precisamente para reanimar una figura, una época por procedimientos antiteatraleros,<br />

antinaturalistas, poéticos y eficaces, elevando la escena de nuestro decaído teatro<br />

contemporáneo a una altura que ciertos comediógrafos y dramaturgos de nuestro tiempo no<br />

pueden ni soñar” [Anónimo, 1941: 7].<br />

17 El SEU contó también con un teatro de guiñol, pues en el número 20 de Haz se recoge la<br />

noticia de una representación de títeres ante la hija del dictador, Carmen Franco [II/20 (VI-<br />

1940)].<br />

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