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XXIV Y XXV JORNADAS DE TEATRO DEL SIGLO DE ORO In ...

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Juan Matas Caballero<br />

de alcanzar y conservar el poder justifica todos los medios; de modo que el príncipe<br />

puede actuar con toda libertad sin tener en cuenta ningún tipo de criterio ético o<br />

moral, sin tener que someterse al dictado de cualquier ley ni religión, sino que sólo<br />

debe tener en cuenta la consecuencia triunfante de lo que le interesa. Los conceptos<br />

de justicia, moral, religión, sólo pueden ser considerados como instrumentos<br />

para alcanzar unos fines específicos. 10 Como sostiene Pocock, Maquiavelo asume<br />

que el príncipe nuevo “vive inmerso en un mundo en el que el comportamiento<br />

humano sólo es en parte legítimo y sólo está parcialmente sujeto a las reglas de la<br />

moral” y, por consiguiente,<br />

la inteligencia del príncipe –es decir su virtù– debe incluir la capacidad necesaria<br />

para comprender cuándo es posible actuar como si estuvieran vigentes las<br />

reglas de la moralidad (cuya validez no es negada en ningún momento) teniendo<br />

siempre presente que rigen también el comportamiento de otros, y cuándo no. 11<br />

Si en la comedia, como primer paso para conseguir el poder, que era ser<br />

nombrado príncipe heredero, vimos cómo Licímaco mató a su hermana la Princesa,<br />

que era la legítima heredera al trono, y a su consejero Trasildoro, en la tragedia,<br />

lejos de rectificar, también continuó ampliando su curriculum mortis desde<br />

su coronación como rey, sin que ni siquiera tuviera una justificación clara para<br />

mantener el poder, sino que tales crímenes y violaciones no respondían sino a<br />

su necesidad de saciar su naturaleza violenta y sanguinaria. Es cierto que en el<br />

peculiar maquiavelismo del príncipe Licímaco no hay ningún ideario programático<br />

del ejercicio del poder, con lo que, en rigor, más que hablar de su prevalencia<br />

de la razón de Estado –que para nada le interesa– sobre cualquier otra<br />

observancia de carácter moral o religioso, habría que destacar la preeminencia<br />

de su egoísta interés sobre todo lo demás, su deseo de satisfacer sus envilecidos<br />

anhelos de violencia y muerte.<br />

Si puede resultar comprensible que el que aspira a la consecución del poder<br />

encuentre justificable sus crímenes por el premio que espera, lo que resulta algo<br />

más sorprendente es que esa máxima maquiavélica haya sido asumida por el Consejo<br />

de Colcos y el Rey, quienes, en la comedia, tras una tensa deliberación, decidieron<br />

anteponer la razón de Estado a los principios legales y religiosos del reino,<br />

que hubieran exigido que el Príncipe Licímaco fuera castigado por el asesinato de<br />

su hermana y de su consejero. Y, en la tragedia, el propio Rey, según cuenta el<br />

10 J.A. Maravall, “Maquiavelismo...”, art. cit., pp. 57 y 59.<br />

11 J.G.A. Pocock, El momento maquiavélico. El pensamiento político florentino y la tradición<br />

republicana atlántica, Madrid, Tecnos, 2002, p. 261.<br />

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