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XXIV Y XXV JORNADAS DE TEATRO DEL SIGLO DE ORO In ...

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Catequesis y fantasía : el teatro asuncionista del siglo XVI<br />

con el cuerpo resucitado mientras cantan las personas de la Trinidad. Cuando llega<br />

arriba, es coronada por las tres divinas personas.<br />

Añadamos dos observaciones necesarias para poner de relieve la originalidad<br />

de este auto con respecto a los dos anteriores. En primer lugar, recordemos la escena<br />

del intento de robo del cuerpo de María, hecho por unos judíos, que llegan<br />

a tocar las andas donde yace el cadáver y son castigados con la paralización de sus<br />

manos pegadas a dichas andas. El Rabí pide ayuda a Pedro, quien le exige un acto<br />

de fe. La resistencia del jefe religioso se quiebra. En dos versos acepta y expresa su<br />

conversión: «Juro a Dio, sin faltar nada / creo qu’es Dios soberano» (Auto 32, vv.<br />

205-206). En el primero se menciona a Dio, usando el singular antietimológico empleado<br />

por los hispano-judíos para evitar la apariencia plural de la forma [Dios]. Y<br />

el segundo verso ya recoge la conversión por medio del icono léxico [Dios], etimológicamente<br />

correcto y característico de la tradición hispano-cristiana. El problema<br />

de la conversión de los judíos ocupa un espacio importante en este auto, mientras<br />

está ausente de los anteriores, salvo una mínima alusión estrictamente textual y no<br />

escénica.<br />

La escenificación de las dudas del espectador, del riesgo de fantasía implícito<br />

en todos los hechos dramatizados, aparece hecha icono en la persona del apóstol<br />

Tomás, encarnación tradicional de la duda y figura emblemática de la necesidad<br />

de percibir por los sentidos –tocar las heridas de Cristo resucitado, según el relato<br />

evangélico- lo que aparece como afirmación de fe. Tomás llega a escena en nuestro<br />

auto cuando María ya ha subido al Cielo y ha sido coronada por la Trinidad. El<br />

apóstol trae ante el espectador el problema de la fantasía, de la irrealidad de los<br />

hechos representados, de las dudas que alimentan la racionalidad de ese mismo<br />

espectador. Y lo plantea con los términos propios de quien necesita integrar lo visto<br />

dentro de la isotopía de la revelación cristiana:<br />

«Hermanos, que maravillas<br />

el Señor nos a oy mostrado!<br />

que, çierto, vengo espantado,<br />

sin alcançar a sentillas,<br />

y estoy muy maravillado;<br />

porque e venido tan presto<br />

desde las Yndias aqui,<br />

que no creo ser ansi,<br />

ni alcanço a saber qu’es esto;<br />

lo que sepais me dezi.» (Auto 32, vv. 248-257)<br />

Es decir, toda la representación del misterio ha terminado, pero queda por<br />

aclarar su dimensión catequística. El auto no se cierra con el esplendor de la coronación,<br />

como en el Misteri ilicitano, sino que va a intentar romper la anisotopía y<br />

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