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Sin mirar a mi particular Iceman que está junto a Amanda, paso junto a él cuando<br />
oigo que me llama. Le pido a Santiago que me dé un segundo y me acerco a mi jefe.<br />
—¿Adónde va, señorita Flores?<br />
—Al restaurante, señor Zimmerman.<br />
Eric mira a Santiago.<br />
—Puede venir en la limusina con nosotros.<br />
Bien. Ahora, el cabreado es él.<br />
¡<strong>Que</strong> le den!<br />
Amanda nos mira. No nos entiende. Hablamos en español, cosa que creo que la<br />
mosquea.<br />
—Gracias, señor Zimmerman, pero si no le importa, iré con Santiago.<br />
—Me importa —responde.<br />
No hay nadie a nuestro alrededor. Nadie nos puede escuchar.<br />
—Peor para usted, señor.<br />
Me doy la vuelta y me marcho.<br />
¡Olé, la furia española!<br />
España 1–Alemania 0.<br />
Sé que acabo de cometer la mayor imprudencia que una secretaria pueda hacer. Y<br />
aún mayor tratándose de Eric. Pero lo necesitaba. Necesitaba hacerlo sentir como me siento<br />
yo.<br />
Sin importarme las consecuencias, entre ellas el despido seguro, camino hacia<br />
Santiago y lo agarro del brazo con familiaridad. Nos montamos en su Opel Corsa y nos<br />
dirigimos hacia el restaurante mientras comienzo a calcular el paro que me va a quedar. De<br />
ésta me despiden fijo.<br />
Cuando llego al establecimiento, corro con Santiago a tomarme varias Coca-Colas.<br />
¡Oh, Dios! Cómo me gusta sentir sus burbujitas en mi boca.<br />
Pero hasta las burbujas se deshinchan cuando veo entrar a Eric seguido de Amanda<br />
y los jefazos. Mira hacia donde estoy y puedo percibir su enfado. <strong>Lo</strong>s directivos entran en<br />
el comedor y rápidamente toman posiciones. Eric hace ademán de sentarse, pero entonces<br />
se excusa de sus acompañantes y me hace una señal con la mano. Santiago y yo lo vemos y<br />
no me puedo negar a ir.<br />
Doy un nuevo trago a mi Coca-Cola, la dejo sobre la barra y me acerco a él.<br />
—Dígame, señor Zimmerman. ¿Qué quiere?<br />
Eric baja la voz y, sin cambiar su gesto, pregunta:<br />
—¿Qué estás haciendo, Jud?<br />
Sorprendida, porque vuelvo a ser «Jud» respondo:<br />
—Tomarme una Coca-Cola. Por cierto, Zero, que engorda menos.<br />
Mi contestación y mi chulería lo desesperan. <strong>Lo</strong> sé y eso me gusta.<br />
—¿Por qué estás haciéndome enfadar todo el rato? —inquiere, desconcertándome.<br />
¡Tendrá poca vergüenza…!<br />
—¡¿Yo?! —le susurro—. Tendrás cara…<br />
Su mirada es tensa. Dura y desafiante.<br />
Sus pupilas se contraen y me hablan pero hoy no quiero entenderlas. Me niego.<br />
—Pasad al comedor —me dice, antes de darse la vuelta—. Vamos a comer.<br />
Cuando Santiago y yo llegamos al comedor, nos sentamos a la otra punta de la<br />
mesa. Suena mi móvil: ¡mi hermana! Decido pasar de ella otra vez, no me apetece escuchar<br />
sus lamentaciones. Más tarde la llamaré. La comida está exquisita y continúo mi charla con