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Pideme-Lo-Que-Quieras

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Su mano me hace separar las piernas. Toca la tirilla de mi ropa interior.<br />

—Tu castigo te espera en mi hotel —murmura en mi oído—. Cuando salgas de la<br />

oficina, coge tu coche y ve directa para allí.<br />

Eric saca su mano de debajo de mi falda y se retira.<br />

—Muy bien, ya puedes proseguir con tu trabajo.<br />

Excitada y molesta por aquel trato tan frío me doy la vuelta para salir cuando siento<br />

que me da un azote. Yo me vuelvo para reprenderlo y entonces me atrae hacia él, me besa<br />

con pasión y murmura con una inquietante sonrisa:<br />

—Te quiero, pequeña…<br />

Esas dulces palabras consiguen en mí el efecto Zimmerman. Mi mosqueo se va y<br />

sonrío como una tonta mientras él me abraza y toma mi boca con posesión.<br />

A los pocos segundos, Eric me suelta.<br />

—Señorita Flores, ¿quiere dejar de provocarme para que yo pueda dirigir esta<br />

empresa?<br />

Eso me hace reír y, tras colocarme bien la falda, salgo del archivo, después del<br />

despacho y, con una tonta sonrisa en mi cara, regreso a mi mesa. Definitivamente, esa<br />

noche le explicaré lo que me ocurrió.<br />

Julio llega con el café y, cuando pasa por mi lado, murmura:<br />

—Joder con el jefe… ¡hoy me tiene frito!<br />

Sonrío e intento concentrarme en trabajar.<br />

A las seis salgo del trabajo nerviosa y hago lo que me ha pedido. Recojo mi coche y<br />

voy hasta su hotel. Cuando llego, Tomás está esperando en la puerta y, al verme, me hace<br />

una seña con la mano. Paro el coche, bajo la ventanilla y lo oigo decir:<br />

—El señor Zimmerman la espera en su suite. Yo me encargaré de su coche.<br />

Encantada, me bajo y entro en el hotel mientras la excitación crece a cada segundo<br />

más en mí. Llevo sin jugar a sus juegos desde que estuvimos en Zahara de los Atunes y<br />

estoy inquieta. El ascensorista sonríe y me saluda cuando me ve entrar. En silencio subimos<br />

las plantas y, cuando se abren las puertas del ascensor, me sorprendo al encontrarme a Eric<br />

esperándome en el vestíbulo.<br />

—Hola, cariño.<br />

—Hola —respondo feliz mientras paseo mis ojos por él y valoro lo guapísimo que<br />

está con ese pantalón negro y la camisa celeste. Sin demora, me besa, me coge por la<br />

cintura y me guía hasta la suite. Al entrar, oigo música en el salón. Hay alguien pero no<br />

puedo ver quién es. Eric me mete directamente en su dormitorio y cierra la puerta.<br />

—Sobre la cama está lo que quiero que te pongas. Dúchate y, cuando estés<br />

preparada, sal al salón.<br />

Dicho esto, se da la vuelta y se marcha, dejándome sola.<br />

Sorprendida, camino hacia la cama. Sábanas de seda negras. ¡Morboso! Sobre las<br />

sábanas veo un fino y corto camisón de seda junto a unos zapatos negros de un imponente<br />

tacón. No hay bragas, pero sí un liguero lila. Eso me reseca la boca. ¡Sexo! Dos hombres<br />

me poseerán.<br />

Sin poder quitar los ojos de aquella prenda, me desnudo y paso al baño. Me ducho y<br />

disfruto sintiendo el agua correr por mi piel. Me seco y me pongo lo que Eric me ha pedido.<br />

Abro la puerta de la habitación. Eric me ve y me hace una seña para que me acerque<br />

a él. Cuando llego a su altura, veo a una pareja. Ella va vestida como yo. Sorprendida por<br />

ello miro a Eric en busca de una explicación.<br />

—Judith, ellos son Mario y su mujer Marisa. Unos amigos.

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