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Pideme-Lo-Que-Quieras

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60<br />

A la mañana siguiente, Eric y yo llegamos a la oficina por separado. Está<br />

emocionado por mi próximo traslado a Alemania y yo también. Por suerte tengo algo de<br />

ropa en su hotel y me cambio para no ir con lo mismo del día anterior. No le he explicado<br />

el episodio vivido con aquellas mujeres y decido callar. En realidad, no pasó nada y, si se lo<br />

cuento, se enfadará conmigo.<br />

Miguel, como cada mañana, viene a buscarme. Nos vamos a tomar un café antes de<br />

comenzar a trabajar.<br />

Acepto encantada y me siento frente a la puerta. Sé que Eric entrará de un momento<br />

a otro y me buscará con la mirada. No falla. Diez minutos después, el hombre del que estoy<br />

completamente enamorada entra por la puerta y, tras ver dónde estoy sentada se sienta<br />

enfrente de mí.<br />

Miguel y yo seguimos charlando y observo disimuladamente a Eric desayunar. Su<br />

elegancia para untar la mantequilla en el cruasán me tiene totalmente ensimismada. En un<br />

par de ocasiones, nuestras miradas se cruzan, sé que está feliz por mi decisión de irme con<br />

él a Alemania y tengo que hacer grandes esfuerzos para no reír como una tonta.<br />

Cuando acabamos el desayuno, Miguel y yo nos levantamos y Eric hace lo mismo.<br />

<strong>Lo</strong> veo salir y, cuando llegamos al ascensor, está esperando con las manos metidas en los<br />

bolsillos y su gesto serio e inescrutable. Al vernos, nos mira.<br />

—Buenos días, señorita Flores. Señor Morán.<br />

—Buenos días, señor Zimmerman —decimos al unísono.<br />

Las puertas del ascensor se abren y los tres nos metemos en él. Damos a la planta<br />

diecisiete, pero, mientras sube, el ascensor se para en otras plantas y coge a más personas.<br />

De pronto, siento que Eric roza mis nudillos con los suyos y sonrío. Cada vez es más difícil<br />

estar juntos sin tocarnos.<br />

Cuando las puertas se abren en nuestra planta, los tres nos bajamos pero Eric toma<br />

un camino diferente al nuestro.<br />

—¿Tú crees que Iceman sonríe alguna vez? —cuchichea Miguel, al ver que se aleja.<br />

—Pssss… no sé.<br />

—A ese tío lo que le hace falta es un buen polvo. Verías cómo sonríe.<br />

Eso me hace soltar una carcajada. Si Miguel supiera lo que yo sé, se quedaría de<br />

piedra, pero prefiero seguirle el rollo.<br />

—Estoy totalmente convencida.<br />

Entonces aparece mi jefa, nos mira y con su voz chillona dice de malos modos:<br />

—Judith, sobre tu mesa he dejado varias carpetas. Necesito que fotocopies lo que<br />

hay en ella y después lo lleves a mi mesa. Miguel, creo que te buscan en tu departamento.<br />

Vamos, ¡a trabajar!<br />

Prosigo mi camino sola hasta el despacho. Una vez allí, veo las carpetas de mi jefa y<br />

me encamino hacia la fotocopiadora. Hago lo que ella me pide y después contesto varios<br />

correos de las delegaciones. Sobre las once, entro en el archivo. Necesito varios papeles<br />

que me han pedido los delegados. Me encuentro ensimismada con ellos, cuando oigo una<br />

voz a mi espalda.<br />

—Mmmmm… reconozco que encontrarte en el archivo me sugiere mil<br />

perversiones.<br />

Sonrío. Es Eric, que me observa desde la puerta.<br />

—Señor Zimmerman, ¿desea algo?

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