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Pideme-Lo-Que-Quieras

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ecibirme.<br />

En ese instante, noto el cuerpo de Helga totalmente pegado a mi trasero, ésta me da<br />

un azote en el culo y murmura:<br />

—Estás totalmente penetrada, Judith. Muévete.<br />

Tengo los ojos tan abiertos que Eric sonríe.<br />

—Cariño… no me asustes, ¿estás bien?<br />

Asiento y respondo:<br />

—Sí… pero tengo tanto miedo a romperme que no me puedo mover.<br />

Eric lo hace por mí. Se mueve y yo jadeo.<br />

La sensación que siento en ese instante siendo penetrada por el ano y la vagina es<br />

alucinante. Helga, ante los movimientos de Eric, comienza a bombear dentro y fuera de mí.<br />

Pronto siento que mi ano por dentro se llena más y más al crecer el consolador por los<br />

bombeos. Estoy tan lubricada que oigo cómo el lubricante chapotea mientras aquella mujer<br />

agarrada a mi cintura me penetra una y otra vez.<br />

Eric se mueve. No puede continuar parado.<br />

Cuatro manos me agarran por la cintura y me manejan a su antojo. Delante…<br />

detrás… fuerte… flojo… suave… duro. Veo la cara de Eric y siento que va a estallar. Pero,<br />

de pronto, ambos salen de mí. Eric se levanta, me da la vuelta y me penetra lentamente por<br />

el mismo sitio por donde Helga acaba de salir. A cuatro patas grito. La erección de Eric<br />

nada tiene que ver con el consolador, pero, lo que en un principio me hizo gritar, de pronto<br />

se acopla a mi interior y jadeo mientras oigo a Eric murmurar en mi oreja.<br />

—Ahora sí eres toda mía… toda mía…<br />

—Sí…<br />

—Oh, nena… estás tan prieta… tan cerrada…<br />

Aprieta de nuevo sus caderas contra mí y yo bufo de placer. Dios… me gusta lo que<br />

hace, lo que me dice. Me turba que por fin me penetre el ano y me vuelve loca sentir cómo<br />

tiembla mientras lo hace. Se contiene. Sé que contiene las ganas que siente por darme un<br />

par de buenos empellones. Mi ano está dilatado. <strong>Lo</strong> noto cuando todo su pene entra y sale<br />

de mí. Muevo mis caderas y me clavo en Eric. Oigo cómo aprieta los dientes y pido:<br />

—Fuerte… penétrame fuerte.<br />

—No… no quiero hacerte daño.<br />

Pero mis ganas son salvajes y soy yo la que lanza el culo hacia atrás y grito al sentir<br />

absolutamente toda su erección. Me quedo quieta. No me puedo mover. Dolor. Resoplo y él<br />

musita:<br />

—No seas bruta, cariño… te vas a hacer daño.<br />

Sin sacar su erección de mi ano, sus manos bajan hasta mi vagina, la abre y en<br />

cuanto me aprieta el clítoris me muevo… gimo… y busco más penetración. Eric me la da.<br />

Cada vez entra y sale con más holgura de mí. Su dedo vuelve a apretarme el clítoris y yo<br />

vuelvo a chillar. <strong>Lo</strong>s minutos pasan y ambos seguimos unidos por mi ano. No quiero que<br />

termine. Sólo quiero que siga apretándose contra mí y ese placer no acabe. Pero, al final,<br />

acelera las penetraciones y, aunque no son tan fuertes ni profundas como las que me da en<br />

mi vagina, un salvaje orgasmo me hace gritar mientras me aprieto contra él. Eric se corre<br />

también y, para no caer sobre mí, saca su pene y rueda a un lado. En su camino, me agarra<br />

y mientras mis convulsiones por lo que acaba de ocurrir siguen, me abraza y dice:<br />

—Te quiero, Jud, te quiero como nunca pensé que podría querer.

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