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salto. Me levanto.<br />
—¡Diossss! ¡Qué dolor! ¡Joderrrrrrrrrrr! ¡Joderrrrrrrrrrrr!<br />
Su gesto se contrae y se levanta. No sabe qué hacer mientras yo continúo con mi<br />
retahíla de quejidos y palabras malsonantes. El brazo me está matando.<br />
—¿Te duele mucho?<br />
—Sí. Voy a tomarme un calmante para el dolor o te juro que me va a dar algo.<br />
Mi brazo palpita y el dolor se vuelve insoportable. Camino por el salón como una<br />
loca hasta que Eric me hace detenerme.<br />
—Siéntate —me ordena—. Llamaré a un amigo.<br />
—¿A quién vas a llamar?<br />
—A un amigo médico para que te vea el brazo.<br />
—Pero si ya me lo han visto en el hospital…<br />
—Da igual. Yo me quedo más tranquilo si te lo mira Andrés.<br />
Estoy tan dolorida que no me apetece hablar. Veinte minutos más tarde suena el<br />
telefonillo de mi casa. Eric lo atiende y un minuto después aparece ante nosotros un<br />
hombre. Se saludan y el recién llegado se queda mirando el estado de la casa. Entre risas,<br />
Eric cuchichea:<br />
—Judith estaba haciendo limpieza general.<br />
Se miran y sonríen. Y en ese momento, cabreada por cómo me duele el brazo,<br />
murmuro:<br />
—Venga, no os cortéis. Si creéis que está desordenado, os doy permiso para que lo<br />
ordenéis. La escoba y la fregona están a vuestra entera disposición.<br />
Mi mala leche los hace sonreír.<br />
¡Graciosillos!<br />
Al final, el recién llegado se me acerca.<br />
—Hola, Judith, soy Andrés Villa. Vamos a ver, ¿qué te ha pasado?<br />
—Me he quemado con la plancha y me duele horrores.<br />
Asiente y coge unas tijeras.<br />
—Dame el brazo.<br />
Eric se sienta a mi lado.<br />
Siento su mano protectora en mi espalda y eso me reconforta. El médico corta mi<br />
vendaje con cuidado. <strong>Lo</strong> observa un rato, saca una especie de suero y lo echa sobre mi<br />
herida. Un alivio momentáneo me hace suspirar. Luego coloca unos apósitos mojados en<br />
ese líquido y vuelve a vendarme la herida.<br />
—Te duele mucho, ¿verdad?<br />
Hago un gesto afirmativo con mi cabeza.<br />
No lloro porque me da vergüenza y él lo nota. Eric también.<br />
—Te inyectaré un calmante. Es lo más rápido para el dolor. Pero este tipo de<br />
heridas es lo que tienen, que son molestas. Tranquila, pasará pronto.<br />
No rechisto.<br />
<strong>Que</strong> me inyecte lo que le dé la gana pero que me quite ese horroroso dolor.<br />
Mientras lo hace, lo observo. Él me mira y me guiña un ojo con complicidad.<br />
Tendrá unos treinta años. Alto, moreno y una bonita sonrisa. Cuando acaba, cierra su<br />
maletín, saca una tarjeta y me la entrega mientras nos levantamos.<br />
—Para cualquier cosa, sea la hora que sea, llámame.<br />
Miro la tarjeta y leo «Doctor Andrés Villa» y un número de móvil. Asiento como<br />
una tonta y meto la tarjeta en el aparador del comedor.