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Tras una enorme tanda de besos, abrazos y piropos, cogidas del brazo nos<br />
encaminamos hacia el puerto. Miriam sabe que me gusta la pizza y vamos a un restaurante<br />
que sabe que me encantará. Para no perder la costumbre, comemos de todo, regado con<br />
litros de Coca-Cola y no paramos de cotorrear durante horas. Sobre las dos de la madrugada<br />
estoy cansada y quiero regresar al hotel. Nos despedimos y quedamos en llamarnos al día<br />
siguiente.<br />
Feliz por la velada con Miriam regreso al hotel llena de energía. Miriam es tan<br />
positiva y tan vitalista que estar con ella siempre me llena de felicidad.<br />
Cuando el taxi se detiene en la preciosa entrada del hotel Arts, pago al taxista, me<br />
despido de él y me bajo sin fijarme que una limusina blanca está parada a la derecha.<br />
Camino con decisión hacia la puerta cuando oigo una voz detrás de mí:<br />
—¡Judith!<br />
Me doy la vuelta y el corazón me da un vuelco. En el interior de la limusina, por la<br />
ventanilla, veo el rostro pétreo de Eric, alias Iceman. Mi estómago se contrae. El rictus de<br />
su boca me hace saber que está enfadado y su mirada me lo ratifica. Intento que no me<br />
importe, pero es imposible. Ese hombre me importa. Con chulería camino hacia el coche<br />
lentamente. Noto que sus ojos me recorren entera, pero no se mueve. Cuando llego hasta él,<br />
me agacho para mirar por la ventanilla abierta.<br />
—¿Dónde estabas? —gruñe.<br />
—Divirtiéndome.<br />
Un incómodo silencio se cierne entre los dos, hasta que decido claudicar.<br />
—¿Qué tal tu noche? ¿<strong>Lo</strong> has pasado bien con Amanda?<br />
Eric resopla. Sus ojos me fulminan.<br />
—Deberías haberme dicho dónde estabas —gruñe de nuevo—. Te he llamado mil<br />
veces y…<br />
—Señor Zimmerman —lo interrumpo y, con voz de pleitesía, añado<br />
educadamente—: Creo recordar que me dio la opción de decidir si quería o no cenar con<br />
usted y la señorita Amanda… ¿No lo recuerda?<br />
No contesta.<br />
—Simplemente decidí divertirme tanto o más que usted —continúa la arpía que hay<br />
en mí.<br />
Eso lo encoleriza. <strong>Lo</strong> veo en sus ojos. Miro su mano y me doy cuenta de que sus<br />
nudillos están blancos por la furia. De repente, abre la puerta de la limusina.<br />
—Entra —exige.<br />
<strong>Lo</strong> pienso unos segundos. <strong>Lo</strong>s suficientes como para cabrearlo más. Al final, decido<br />
entrar. En realidad, toda yo lo está deseando. Cierro la puerta. Eric me mira desafiante y,<br />
sin retirar su mirada de mí, toca un botón de la limusina.<br />
—Arranque.<br />
Noto que el coche se mueve.<br />
—Para su información, señorita Flores —añade, con la mandíbula tensa—, la cena<br />
con la señorita Amanda fue una cena de compromiso y negocios. Y, como exige el<br />
protocolo, usted es la secretaria y a usted era a la que debía invitar a la cena, no a Amanda<br />
Fisher.<br />
Muevo mi cabeza afirmativamente. Tiene razón. <strong>Lo</strong> sé, pero igualmente me cabrea.<br />
En algunas ocasiones no puedo evitar ser una bocazas, y ésta es una de ellas. Sin querer dar<br />
mi brazo a torcer, respondo:<br />
—Espero que al menos lo haya pasado bien en su compañía.