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24<br />
Después de un maravilloso sábado juntos, el domingo de madrugada me despierto<br />
sobre las seis de la mañana y oigo unos extraños ruidos en el baño. Me levanto y me<br />
sorprendo al ver a Eric vomitando. Al verme aparecer, me pide enfadado que salga y que<br />
espere fuera. Le hago caso y cuando sale, con gesto dolorido, se sienta en el sillón y cierra<br />
los ojos.<br />
—¿Qué te ocurre?<br />
—Algo me debió de sentar mal anoche.<br />
—¿Quieres una manzanilla para que te asiente el estómago?<br />
Eric, con los ojos cerrados, niega con la cabeza y murmura:<br />
—Por favor… apaga la luz y vete a dormir.<br />
—Pero…<br />
—Jud —susurra, enfadado.<br />
—Pero qué gruñón eres, ¡por Dios! —insisto.<br />
—Vale… soy un gruñón. Ahora, por favor, haz lo que te pido.<br />
Sin decir nada más desaparezco y me tumbo en la cama. No quiero darle muchas<br />
vueltas a lo ocurrido. Intento entender que, si está mal, lo que menos le apetece es tenerme<br />
a mí al lado haciéndole preguntas. Me duermo y me despierto sobre las diez. Nada más<br />
abrir los ojos, veo a Eric a mi lado. Sonríe y su apariencia es buena.<br />
—Buenos días.<br />
—Buenos días… ¿estás mejor?<br />
—Perfecto. Como te dije algo me debió de sentar mal. —Voy a hablar y dice—:<br />
Mira lo que he preparado para ti.<br />
A mis pies hay una bandeja con el desayuno. Y, sobre ella, una flor de papel. Como<br />
una tontorrona, la cojo y sonrío. Él me besa y murmura:<br />
—Déjame un hueco en la cama, luego desayunamos, ¿te parece?<br />
—Sí.<br />
A las doce, tras hacer el amor, lo veo tan bien, tan repuesto, que le propongo<br />
enseñarle el popular Rastro de Madrid. <strong>Lo</strong> arrastro hasta el metro, un lugar en el que Eric<br />
nunca ha estado.<br />
—En algo soy la primera —le murmuro, haciéndolo reír—. La primerita que te ha<br />
llevado al metro de Madrid.<br />
Cuando nos bajamos en la parada de metro de La Latina, su sorpresa es mayúscula.<br />
Ver tanta cantidad de gente de toda índole lo sorprende.<br />
Se empeña en comprarme unos pendientes de plata que he estado mirando en un<br />
puestecito. Para mi gusto, cuarenta euros es carísimo. Para su gusto, una baratija. Al final<br />
acepto. Pero a cambio, en otro puesto le compro una camiseta de Madrid con el mensaje<br />
«<strong>Lo</strong> mejor de Madrid… tú». Le hago quitarse su camisa en medio del rastro y le insto a que<br />
se ponga la camiseta que yo le he comprado. Accede y está guapísimo con ella puesta.<br />
Nos hacemos unas fotos con mi móvil y las guardo como mi mayor tesoro.<br />
Encantada, paseamos de la mano como una pareja más, hasta que, al llegar frente a<br />
un puesto de lamparitas hippies, quiere comprar dos para llevárselas a Alemania y<br />
acordarse de su visita al rastro. Me hace elegir y yo elijo dos de color lila claro. Cuando las<br />
paga, me confiesa que una es para mí. Eso me emociona. Cada uno tendrá una en su hogar<br />
y, siempre que las miremos, nos acordaremos del otro.<br />
Tras aquello, caminamos un rato más por el rastro hasta que Eric se niega en