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—No, cielo. El morbo que me provoca el momento me encanta. Me vuelve loca<br />
cómo me desean, cómo me entrega mi marido, cómo me poseen los demás. Me gusta y le<br />
gusta a Andrés. Eso es lo que cuenta, que a ambos nos guste y disfrutemos de ello.<br />
Quiero preguntarle más cosas sobre los juegos, sobre Eric, Betta o Marta, pero<br />
suena la clásica canción <strong>Lo</strong>ve is in the air de John Paul John y Frida grita emocionada:<br />
—Me encanta esta canción. ¡Vamos a bailar!<br />
Divertidas, las dos salimos a la pequeña pista donde comenzamos a contonear las<br />
caderas al son de aquella bonita canción, mientras soy consciente de que varios de los<br />
hombres que se encuentran allí nos observan. Somos dos mujeres jóvenes solas y los<br />
moscones acechan.<br />
Sobre las tres de la madrugada, Frida y yo decidimos regresar al chalet. Estamos<br />
agotadas. Caminamos hasta el BMW que hemos dejado aparcado en el parking de la playa<br />
y dos de los moscones salen a nuestro encuentro.<br />
—Vaya… vaya… aquí están las dos bailonas del pub.<br />
Al mirarlos, los identifico y sonrío.<br />
—Si no queréis líos, más vale que os quitéis de nuestro camino.<br />
Frida me mira. En su rostro veo la inseguridad. Estamos en el parking de la playa y<br />
no hay ni una alma. Yo no me dejo llevar por el miedo, agarro a Frida del codo y continúo<br />
andando en dirección al coche.<br />
—Eh… venid a aquí, guapas. Estáis cachondas y queremos daros lo que queréis.<br />
—Venga va… idos a la mierda —suelto.<br />
<strong>Lo</strong>s hombres continúan tras nosotras. Se nota que van bebidos y siguen con sus<br />
toscas insinuaciones.<br />
Cuando llegamos hasta el coche, exijo a Frida que me dé las llaves. Esta tan<br />
nerviosa que apenas atina a dármelas. Se las quito de la mano y entonces siento que uno de<br />
esos tipos está detrás de mí y pone su mano en mi trasero. Echo el codo hacia atrás y le doy<br />
un codazo en el esternón. Frida grita y el joven maldice. El otro intenta agarrar a Frida y,<br />
para ello, me empuja y caigo sobre la arena. Eso ya remata mi enfado y me levanto<br />
rápidamente.<br />
El que me ha tocado el trasero se acerca para sujetarme, pero yo soy más rápida que<br />
él y le asesto un puñetazo en la mandíbula que lo hace gritar. Yo grito también, pero de<br />
dolor. Me he destrozado los nudillos. Sin embargo, el tipo se levanta y me tira de nuevo al<br />
suelo. Mis nudillos doloridos dan contra la arena y las piedras y se raspan. Eso me<br />
encoleriza y decido acabar con aquella tontería. Me levanto del suelo con la adrenalina por<br />
las nubes, me pongo en posición ante el tío, le doy un nuevo puñetazo en la mejilla y una<br />
patada en la boca del estómago. Después, agarro al tipo que sujeta por el pelo a Frida, le<br />
doy la vuelta y le suelto una patada que lo hace volar unos metros. Miro a Frida y digo:<br />
—Vamos. Monta en el coche.<br />
<strong>Lo</strong>s dos hombres están en el suelo y aprovechamos para huir. En cuanto salimos del<br />
aparcamiento de la playa y llegamos a una calle donde hay gente sentada en las terrazas<br />
detengo el coche. Me vuelvo hacia Frida y le retiro el pelo de la cara.<br />
—¿Estás bien?<br />
Frida, aún algo asustada, asiente.<br />
—¿Dónde has aprendido a defenderte así?<br />
—Kárate. Mi padre nos apuntó a mi hermana y a mí cuando éramos pequeñitas.<br />
Siempre dijo que teníamos que aprender a defendernos de la gentuza y, mira, ¡tenía razón!<br />
—Ha sido flipante. ¡Eres mi heroína! —sonríe Frida—. Esos tipos se han llevado su