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Pideme-Lo-Que-Quieras

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Estoy tan enfadada que soy capaz de cualquier cosa. A medida que salgo, Claudia<br />

entra en el despacho de Eric. No sé lo que hablan ni lo que dicen, pero realmente no me<br />

importa. Me tiemblan las manos. Cuando llego a mi mesa y me siento, mi jefa sale del<br />

despacho y dice:<br />

—Judith, por favor, localízame al delegado de Sevilla. Tengo que hablar con él.<br />

Como un robot, busco lo que mi jefa me pide. No quiero pensar. No puedo. En ese<br />

instante, Claudia sale del despacho de Eric, me mira y entra en el despacho de mi jefa.<br />

Cuando consigo el teléfono del delegado de Sevilla entro en el despacho de mi jefa y<br />

Claudia sale, pero, cuando me voy a ir, oigo a la imbécil de mi jefa que dice:<br />

—Me acabo de enterar que le has devuelto el anillo a Eric Zimmerman.<br />

No contesto. Me niego a explicarle episodios de mi vida a esa atontada.<br />

—¿Ya se os acabó el amor?<br />

Ese comentario me aviva la sangre. Me hace sentir viva y respondo:<br />

—Si no le importa, eso es algo privado de lo que prefiero no hablar.<br />

Pero la prepotente que hay en ella no se puede callar.<br />

—Entonces, ¿ya no te vas a Alemania? —Al ver que no respondo, vuelve a la<br />

carga—: ¿De verdad pensaste que un hombre como él podía querer algo serio contigo?<br />

No respondo o me la como. La arrastro de los pelos. Pero ella insiste. Parece<br />

disfrutar del momento.<br />

—Prepárate para lo que se te viene encima, Judith. Serás motivo de mofa durante el<br />

tiempo que te quede en la empresa. Has pasado de ser la intocable novia del jefazo a la<br />

repudiada y hazmerreír del de la empresa. Y, sinceramente, no me da pena. Te estabas<br />

creyendo alguien últimamente y mereces que te pongan en tu lugar.<br />

Mi sangre bulle… bulle… bulle y sé que ya no hay marcha atrás.<br />

Si algo he sido en esa puñetera empresa es discreta y trabajadora. Y si alguien no<br />

quería revelar mi relación con Eric era yo, precisamente para evitar los cuchicheos. Por ello<br />

y consciente de que lo que voy a hacer es motivo de despido, doy un manotazo al portátil<br />

de mi jefa, le cierro con brusquedad la pantalla y replico con fuerza:<br />

—Prefiero ser la repudiada del jefazo a la madurita cachonda y salida de tuercas que<br />

se tira a todos los jovencitos de la empresa que se le ponen por delante. —Ella abre la boca<br />

y yo prosigo—: Sí… sí. ¿Acaso te crees que no sé o que nadie sabe lo que haces en<br />

ocasiones en este despacho?<br />

—No te consiento que…<br />

—No me consientes, ¿qué? —la interrumpo, y alzo la voz—. Mira, pedorra, he sido<br />

una buena secretaria. Te he cubierto, defendido, he omitido hablar con todo el mundo de lo<br />

que he visto y, aun así, te comportas conmigo como una mala arpía por lo que me ha<br />

ocurrido con el señor Zimmerman. Pues bien, ¡se acabó dejar de ser una buena chica! Y a<br />

partir de este instante, como imagino que ya no pertenezco a esta empresa y estamos en<br />

igualdad de condiciones, quiero que sepas que si me insultas, yo te insulto. Si me faltas, yo<br />

te falto. Y si me buscas, me vas a encontrar. Porque mira, reinona de pacotilla, seamos<br />

sinceros, aquí todos llevamos colgando nuestro sambenito… yo seré la ex del jefe, pero tú<br />

eres y serás la guarrilla de la empresa a la que le encanta que le quiten las bragas sobre la<br />

mesa y se la tiren en cualquier lugar.<br />

—Por todos los santos, ¡quieres no gritar!<br />

Me río. Pero mi risa es nerviosa. Me conozco y, tras la risa nerviosa y la mala leche,<br />

llegará el bajón y finalmente el llanto. Por eso, antes de que llegue la tercera fase de mi<br />

rabieta, descuelgo el teléfono y se lo tiro encima de la mesa.

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