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le ocurre.<br />
—Hoy no, pequeña. Un mal movimiento y te puedo hacer daño en el brazo.<br />
—Pero si ahora no me duele… —me quejo.<br />
—Jud…<br />
—Te deseo y quiero hacer el amor contigo, ¿es tanto pedir? Pronto te irás y, por tus<br />
palabras, no sé si cuando regreses volveremos a estar juntos.<br />
Mis palabras lo conmueven.<br />
Se lo veo en la cara. Finalmente acerca su boca a mi boca y me da un dulce beso<br />
lleno de cariño.<br />
—¿Puedo quedarme contigo esta noche?<br />
Asiento. Quiero que se quede siempre.<br />
Pero sus palabras y en especial su mirada me suenan a despedida e,<br />
inexplicablemente, los ojos se me llenan de lágrimas. Eric me las seca, pero no habla.<br />
Después se levanta y me tiende la mano. Se la tomo y juntos vamos hasta mi habitación.<br />
Una vez allí se desnuda mientras lo observo.<br />
Eric es grande, fuerte y sensual.<br />
Su porte es soberbio y varonil y eso me humedece no sólo la boca.<br />
En cuanto está desnudo, saca de debajo de mi almohada mi pijama del Demonio de<br />
Tasmania, se sienta en la cama y yo me acerco a él. Dejo que me desnude. <strong>Lo</strong> hace<br />
lentamente y con mimo, sin apartar sus ojos de los míos. Cuando me tiene desnuda, se<br />
levanta y me abraza. Me abraza y me aprieta con delicadeza contra él y siento que, a pesar<br />
de todo lo grande que es, se refugia en mí.<br />
Estamos desnudos. Piel con piel. Latido con latido.<br />
Agacha su cabeza en busca de mi boca. Se la doy. Se la ofrezco. Soy suya sin que<br />
me lo pida.<br />
Sus labios se posan sobre los míos con una exquisitez y una delicadeza que me pone<br />
toda la carne de gallina y después hace eso que tanto me gusta. Me pasa su lengua por el<br />
labio superior y después por el inferior, y cuando espero el ataque a mi boca hace algo que<br />
me sorprende. Me coge con las dos manos la cabeza y me besa con sutileza.<br />
Su húmeda lengua pasea con deleite por el interior de mi boca y yo le dejo hacer<br />
mientras siento entre mis piernas mi humedad y su erección. Cuando su dulce y pausado<br />
beso me ha robado el aliento, se separa de mí y se sienta de nuevo en la cama. No deja de<br />
mirarme y, atraída como un imán, me siento a horcajadas sobre él.<br />
—Pequeña… —me dice con su voz ronca—. Cuidado con tu brazo.<br />
Asiento hipnotizada, mientras noto las yemas de sus dedos subir por mi columna y<br />
dibujar circulitos sobre mi piel. Cierro los ojos y disfruto del contacto y la finura de sus<br />
dibujos. Cuando los abro, su boca busca la mía y me besa con dulzura mientras me aprieta<br />
contra él. Tranquilos y pausados, permanecemos durante más de diez minutos<br />
prodigándonos mil caricias, hasta que mi impaciencia hace que me levante sobre sus<br />
piernas y yo misma introduzca su duro y excitado pene en mi interior.<br />
Mi carne se abre para recibirlo y jadeo al sentir su invasión. Eric cierra los ojos con<br />
fuerza y siento que se contrae para mantener su autocontrol. Lentamente muevo mis<br />
caderas de adelante hacia atrás en busca de nuestro placer. Espero un azote, un fuerte<br />
empellón que me traspase, pero no. Eric sólo me mira y se deja llevar como una ola en<br />
calma por mis movimientos.<br />
—¿Qué te ocurre? —susurro, inquieta—. ¿Qué te pasa?<br />
—Estoy cansado, cariño.