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19<br />
Cuando suena mi despertador, quiero morir.<br />
Estoy cansada. Apenas he dormido pensando en lo ocurrido en aquel bar. Las<br />
palabras de Eric, su mirada y cómo aquellos hombres me deseaban me impedían dormir. Al<br />
final, sobre las cuatro de la madrugada saqué el vibrador de la maleta y, tras jugar un poco<br />
con él, conseguí apagar mi fuego interno.<br />
Como el día anterior, Amanda, Eric y yo salimos del hotel y el chófer nos llevó<br />
hasta las oficinas para proseguir la reunión. Hoy me he puesto pantalones. No quiero que<br />
vuelva a ocurrir lo del día anterior. Nada más verme, Eric ha paseado su mirada por mi<br />
cuerpo y, aunque sólo me ha dicho «Buenos días», por su tono intuyo que ya no está<br />
enfadado.<br />
Durante horas, mientras escucho atenta la reunión, mi mirada y la de Eric se<br />
encuentran en varias ocasiones. Hoy no me manda ningún correo, ni interrumpe la reunión.<br />
Se lo agradezco. Quiero ser profesional en mi trabajo.<br />
A las siete, cuando llegamos al hotel, me despido de él y de Amanda y subo a mi<br />
habitación. Estoy muerta de calor. Alguien llama a mi puerta. Abro y no me sorprendo<br />
cuando veo a Eric. Su mirada es decidida. Entra y cierra la puerta, se quita la chaqueta y la<br />
tira al suelo, se deshace el nudo de la corbata y después me coge entre sus brazos, y camina<br />
hacia el dormitorio con el morbo instalado en su mirada.<br />
—Dios, pequeña… Te deseo.<br />
No hace falta decir nada más. El deseo es mutuo y la noche, larga y perfecta.<br />
Cuando me despierto a las seis de la mañana, Eric no está. Se ha ido de mi cama,<br />
pero como estoy tan agotada por nuestro maratón de sexo vuelvo a dormirme.<br />
Sobre las diez de la mañana, el sonido de mi móvil me despierta. Rápidamente lo<br />
cojo y leo un mensaje de Eric: «Despierta».<br />
Salto de la cama y me doy una ducha. Es sábado. Hoy no tenemos ninguna reunión<br />
y quiero pasar el máximo de tiempo con él. Cuando salgo de la ducha vestida sólo con la<br />
toalla, alguien llama a mi puerta. Abro y me encuentro a un magnífico Eric vestido con<br />
unos vaqueros de cinturilla baja y una camisa blanca abierta. Su aspecto es tentador y<br />
salvaje. Terriblemente apetecible.<br />
¡Vaya, qué bueno está!<br />
—Buenos días, pequeña.<br />
—¡Buenas!<br />
<strong>Lo</strong> miro, como si fuera una colegiala.<br />
—¿Te apetece pasar el día conmigo? —me comenta.<br />
Su pregunta me sorprende. Por una vez, no está dando nada por hecho.<br />
—Por supuesto que sí.<br />
—¡Genial! Te voy a llevar a comer a un sitio precioso. Coge el bañador.<br />
Sonrío afirmativamente y él entra en la suite.<br />
—Ve a vestirte o al final mi comida serás tú —murmura con voz ronca.<br />
Divertida por sus palabras, corro hacia el dormitorio. Cuando entro, oigo una<br />
canción en la radio que me encanta y canto mientras me visto:<br />
Muero por tus besos, por tu ingrata sonrisa.<br />
Por tus bellas caricias, eres tú mi alegría.<br />
Pido que no me falles, que nunca te me vayas