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lo contrario: intentar que sus productos sean más competitivos y abrir el campo de<br />
expansión.<br />
A las diez y media llegamos a Guadalajara. No me extraño cuando me doy cuenta<br />
de que Enrique Matías no se sorprende de verme allí. Nos saluda con afabilidad y entramos<br />
todos juntos en su despacho. Durante tres horas, Eric y él hablan de productividad, de<br />
carencias de la empresa y de un sinfín de cosas más. Yo, sentada en un discreto segundo<br />
plano, tomo nota de todo y a la una y media, cuando salimos de allí, me voy feliz de ver<br />
que se han entendido.<br />
Recibo un mensaje de Fernando. Le respondo que estoy bien, pero maldigo en mi<br />
interior. Recibir sus mensajes y estar con Eric me hace sentir mal. Pero ¿por qué? Yo no<br />
tengo nada serio con ninguno de los dos.<br />
De regreso a Madrid, Eric me propone parar y comer en algún pueblo. Me muestro<br />
encantada y le digo que me parece bien. Tomás para en Azuqueca de Henares y degustamos<br />
un delicioso cordero. Durante la comida, él recibe varios mensajes. <strong>Lo</strong>s lee con el ceño<br />
fruncido y no contesta. A las cuatro proseguimos el viaje y cuando llegamos al hotel Villa<br />
Magna me pongo tensa. Eric lo nota y me coge la mano.<br />
—Tranquila. Sólo quiero cambiarme de ropa para pasar la tarde contigo. ¿Tienes<br />
algún plan?<br />
Mi mente piensa con celeridad y, finalmente, le digo que sí, que tengo un plan. Pero<br />
no le doy tiempo a que pueda presuponer nada.<br />
—Tengo algo que hacer a las seis y media de la tarde —le informo—. Si no tienes<br />
nada mejor, quizá te gustaría acompañarme. Así puedo enseñarte mi segundo trabajo.<br />
Eso lo sorprende.<br />
—¿Tienes un segundo trabajo?<br />
Asiento divertida.<br />
—Sí, se puede llamar así, aunque este año es el último. Pero no pienso decirte de<br />
qué se trata si no me acompañas.<br />
<strong>Lo</strong> veo sonreír mientras baja del coche. Yo lo sigo.<br />
Llegamos al ascensor del hotel Villa Magna y el ascensorista nos saluda y nos lleva<br />
directamente hasta el ático. En cuanto entramos en su espaciosa y bonita habitación, Eric<br />
deja su maletín con el portátil sobre la mesa y se mete en la habitación que no utilizamos el<br />
día que estuve allí jugando. Suena su móvil. Un mensaje. No puedo evitar mirar la pantalla<br />
iluminada y leo el nombre de «Betta». ¿Quién será? Dos segundos después, vuelve a sonar<br />
y en la pantalla leo «Marta». Vaya, sí que está solicitado.<br />
Estoy inquieta. La última vez que estuve allí ocurrió algo que todavía me<br />
avergüenza. Paseo mis manos por el bonito sofá color café y miro el jardín japonés,<br />
mientras intento que mi respiración no se acelere. Si Eric sale desnudo de la habitación y<br />
me invita a jugar con él, no sé si voy a ser capaz de decirle que no.<br />
—Cuando quieras nos podemos marchar —oigo una voz tras de mí.<br />
Sorprendida, me vuelvo y lo veo vestido con unos vaqueros y una camiseta granate.<br />
Está guapísimo. Elegante, como siempre. Y lo mejor, está cumpliendo a rajatabla lo que me<br />
ha prometido de no tocarme. Sin embargo, siento que una extraña decepción crece en mí al<br />
no verme arrastrada al mar de lujuria donde me suele llevar.<br />
¿Me estaré volviendo loca?<br />
Diez minutos después, nos encontramos en el coche de Tomás en dirección a mi<br />
casa.<br />
Cuando entro en ella echo de menos la presencia de Curro. Eric se da cuenta y me