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ella. Apago la luz y decido dormir. <strong>Lo</strong> necesito.<br />
Mi llegada a Jerez, a la casa de mi padre, como siempre es motivo de algarabía en el<br />
vecindario. <strong>Lo</strong>la, la jarandera, me abraza; Pepi, la de la bodega, me besuquea. El Bicharón<br />
y el Lucena, cuando me ven, dan triples mortales de alegría. Todos me quieren. Mi padre es<br />
un hombre muy apreciado. Tiene el típico taller de coches y motos de toda la vida, «Taller<br />
Flores», y es más conocido aquí que el vino fino.<br />
Por la tarde, mientras me estoy dando un bañito en la maravillosa piscina que mi<br />
padre ha puesto en la casa, aparece Fernando. Mientras nado hacia el borde, me fijo en sus<br />
pantalones blancos y en la camisa de lino naranja que lleva. Está tan guapo como siempre y<br />
esos colores a su tono de piel le vienen fenomenal. Sonríe. Eso es buena señal.<br />
—Hola, jerezana.<br />
—¡Holaaaaaaa!<br />
—Ya era hora de que regresaras al hogar, ¡descastá!<br />
Sus palabras y su sonrisa me dan a entender que está bien, que su enfado conmigo<br />
está olvidado. Eso me reconforta. Salgo de la piscina con mi biquini de camuflaje y noto<br />
cómo recorre con sus ojos todo mi cuerpo. Mi padre, que no ve su mirada, se acerca por<br />
detrás.<br />
—Mira quién ha venido a verte, morenita. ¿Quieres una cervecita, Fernando?<br />
—Gracias, Manuel, la tomaré encantado.<br />
Mi padre se va y nos deja solos. Nos miramos y le pregunto entre risas:<br />
—¿Quéeeeeeeeeeee?<br />
—Estás muy guapa.<br />
Encantada por el piropo, murmuro mientras me seco la cara con una toalla:<br />
—Graciasssssssss… tú también lo estás.<br />
Me acerco a él y le doy dos besos. Siento sus manos en mi cintura mojada y al ver<br />
que no me suelta, le replico.<br />
—Suéltame o mi padre le irá con el cuento al tuyo y nos organizan la boda en dos<br />
días.<br />
—Si ésa es la manera de verte más a menudo, ¡aceptaré!<br />
Me río y él me suelta. Nos sentamos en una de las sillas.<br />
—¿Qué tal todo?<br />
—Bien. ¿Y tú?<br />
Fernando asiente. No quiere profundizar en lo que ocurrió. En ese momento,<br />
aparece mi padre con dos cervezas y una Coca-Cola para mí.<br />
Durante un buen rato, los tres charlamos junto a la piscina. A las ocho, Fernando me<br />
invita a cenar. Voy a decir que no, que no me apetece, pero mi padre rápidamente acepta<br />
por mí. A las nueve, ya arreglada, salgo del chalet de mi padre con Fernando y me monto<br />
en su coche.<br />
Me lleva a un restaurante nuevo que han abierto en Jerez y disfrutamos de una cena<br />
agradable. Fernando es simpático y con él nunca se acaban los temas de conversación.<br />
Cuando salimos de allí nos vamos a una terracita a tomar algo.<br />
—Judith —me dice, cuando menos me lo espero—, si te invito a venirte conmigo<br />
unos días al Algarve, ¿aceptarías?<br />
Casi me atraganto. <strong>Lo</strong> miro y le pregunto:<br />
—¿A qué viene eso ahora?<br />
Fernando se apoya en la mesa y me retira un mechón que me cae en los ojos.<br />
—Ya lo sabes.