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Pideme-Lo-Que-Quieras

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—Pues la música es algo maravilloso en la vida. Mi madre siempre decía que la<br />

música amansa las fieras y que las letras de muchas canciones pueden ser tan significativas<br />

para el ser humano que incluso nos pueden ayudar a aclarar muchos sentimientos.<br />

—Hablas de tu madre en pasado. ¿Por qué?<br />

—Murió de cáncer hace unos años.<br />

Eric toca mi mano.<br />

—<strong>Lo</strong> siento, Jud —murmura.<br />

Le hago un gesto de comprensión con la cabeza, y, sin querer dejar de hablar de mi<br />

madre, añado:<br />

—A ella le encantaba cantar y a mí me pasa igual.<br />

—¿Y no te da vergüenza cantar delante de mí?<br />

—No, ¿por qué? —respondo, encogiéndome de hombros.<br />

—No lo sé, Jud, quizá por pudor.<br />

—¡Qué va! Soy una loca de la música y me paso el día canturreando. Por cierto, te<br />

lo recomiendo.<br />

Vuelvo a subir la música y, demostrándole la poca vergüenza que tengo, muevo los<br />

hombros y canturreo:<br />

Tengo la camisa negra, porque negra tengo el alma.<br />

Yo por ti perdí la calma y casi pierdo hasta mi cama.<br />

Cama cama caman baby, te digo con disimulo.<br />

<strong>Que</strong> tengo la camisa negra y debajo tengo el difunto.<br />

Finalmente, veo que la comisura de sus labios se curva. Eso me proporciona<br />

seguridad y continúo canturreando, canción tras canción. Al llegar al centro de Madrid,<br />

metemos el coche en un parking subterráneo y lo miro con tristeza mientras nos alejamos<br />

de él. Eric se da cuenta de ello y se acerca a mi oído.<br />

—Recuerda. Si eres buena, te dejaré conducirlo —susurra.<br />

Mi gesto cambia y un aleteo de felicidad me cubre por completo cuando lo oigo reír.<br />

¡Vaya! ¡Sabe reír! Tiene una risa muy bonita. Algo que no utiliza mucho, pero que las<br />

pocas veces que lo hace me encanta. Tras salir del parking, me coge de la mano con<br />

seguridad. Eso me sorprende y, como me agrada, no la retiro. Caminamos por la calle del<br />

Carmen y desembocamos en la Puerta del Sol. Subimos por la calle Mayor y llegamos hasta<br />

la plaza Mayor. Veo que le maravilla todo lo que ve mientras continuamos nuestro camino<br />

hacia el Palacio Real. Cuando llegamos está cerrado y, como las tripas nos comienzan a<br />

rugir, le propongo comer en un restaurante italiano de unos amigos míos.<br />

Cuando llegamos al restaurante, mis amigos nos saludan encantados. Rápidamente<br />

nos acomodan en una mesita algo alejada del resto y, tras pedir los platos, nos traen algo de<br />

beber.<br />

—¿Es buena la comida de aquí?<br />

—La mejor. Giovanni y Pepa cocinan muy bien. Y te aseguro que todos los<br />

productos vienen directamente desde Milán.<br />

Diez minutos después, lo comprueba él mismo al degustar una mozzarella de búfala<br />

con tomate que sabe a gloria.<br />

—Muy rico.<br />

Pincha un nuevo trozo y me lo ofrece. Yo lo acepto.<br />

—¿<strong>Lo</strong> ves? —trago—. Te lo dije…

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