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—Escucha, cabezón…<br />
—No, escucha tú… —Pero luego se arrepiente de lo que va a decir y me revuelve el<br />
pelo—. ¡Ah… morenita!, ¿qué voy a hacer contigo?<br />
Deseosa de que confíe totalmente en mí, le abro mi corazón.<br />
—Encapricharte de mí tanto como yo lo estoy de ti. Quizá, al final, hasta me quieras<br />
y dejes de ocultarme tus secretitos.<br />
Espero una risa. Una contestación inmediata. Pero Eric cierra los ojos y con el<br />
rostro serio responde:<br />
—No puedo, Jud. Si despierto las emociones, sólo sentiré dolor y te lo haré sentir a<br />
ti.<br />
—Pero ¿qué tontería es ésa? —protesto.<br />
Eric, al ver mi gesto, intenta cambiar de conversación.<br />
—Mañana ¿qué te apetece que hagamos?<br />
Me siento en la cama y me retiro el pelo de la cara.<br />
—Eric Zimmerman, ¿qué es eso de que, si despiertas los sentimientos, los dos<br />
sufriremos?<br />
—La verdad.<br />
—Mis sentimientos ya se han despertado y ante eso nada se puede hacer. Me gustas.<br />
Me enloqueces. Me encantas. Y no mientas, sé que yo consigo el mismo efecto en ti. <strong>Lo</strong> sé.<br />
Me lo dice tu cara, tus ojos cuando me miran, tus manos cuando me acarician y tu posesión<br />
cuando me haces el amor. Y ahora dime de una maldita vez qué son esas medicinas.<br />
Su mandíbula se contrae y, con un movimiento enérgico, se levanta de la cama. Voy<br />
tras él. <strong>Lo</strong> sigo hasta el baño, donde se echa agua en la cabeza, coge el neceser, lo cierra y<br />
lo estrella contra la pared. Sin saber qué pasa, lo miro, interrogándolo con mis ojos.<br />
—¿Qué ocurre? ¿Qué he dicho para que te pongas así? ¿Esto tiene algo que ver con<br />
las llamadas de la tal Marta y de la tal Betta? ¿Quiénes son? Porque mira, he intentado<br />
callarme, ser prudente y no preguntar, pero… pero ¡ya no puedo más!<br />
Eric no me mira. Sale del baño y se para junto a la ventana. Voy detrás de él y me<br />
planto delante de su cara.<br />
—No huyas de mí. Tú y yo estamos en esta habitación y quiero que seas totalmente<br />
sincero conmigo y me digas lo que te pasa. Joder, Eric, no te estoy pidiendo amor eterno.<br />
Sólo necesito saber qué te ocurre y quiénes son esas mujeres.<br />
—Basta, Jud. No quiero seguir hablando.<br />
Me desespero y, al ver mi cuerpo desnudo en el cristal del armario, decido vestirme.<br />
Me pongo unas bragas, una camiseta rosa y un corto peto vaquero. Después me vuelvo<br />
hacia él.<br />
—Vamos a ver, ¿de qué es de lo que no quieres seguir hablando?<br />
—¡He dicho que basta! Por hoy, mi cupo de numeritos ya está lleno.<br />
—¿Tu cupo de numeritos? Pero ¿de qué estás hablando?<br />
—Me incomodan tus preguntas.<br />
Pero yo ya me he envalentonado y soy como un miura que entra a matar.<br />
—¿<strong>Que</strong> te incomodan mis preguntas? ¡Anda, mi madre…! Pues que sepas que a mí<br />
me incomoda tu falta de respuestas. Cada día te entiendo menos.<br />
—No pretendo que me entiendas.<br />
—¿Ah, no?<br />
—No.<br />
Deseo estamparle en la cabeza la lámpara que tengo al lado. Cuando contesta tan a