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Asiento y salimos del estudio.<br />
—No lo sé, ya te contaré si reacciona. Éste es mi último cartucho.<br />
A las ocho en punto entramos en el Moroccio.<br />
El camarero, tras comprobar nuestra reserva, me mira sorprendido y veo que asiente<br />
complacido ante mi aspecto. Debe de verme como la digna mujercita del señor<br />
Zimmerman. Con arte, le cuchicheo que no comente mi presencia. Quiero sorprender a mi<br />
marido porque es su cumpleaños y después le pido que tenga preparada una tarta de fresa y<br />
chocolate. Éste asiente, complacido por mi simpatía, y me dice que no me preocupe. Mi<br />
tarta estará preparada. Como bien presupongo, nos pasan a uno de los reservados y observo<br />
cómo Nacho se queda sorprendido por el lugar y mira a nuestro alrededor.<br />
—¡Qué pasote de sitio!<br />
—Sí. Es el glamur personificado. —Sonrío mientras espero que no se encienda<br />
ninguna lucecita de colores y me pregunte qué significa.<br />
—Por cierto, ¿a qué venía eso de señora Zimmerman? ¿Tu apellido no es Flores?<br />
Suelto una risotada.<br />
—La señora Zimmerman es la mujer de la persona que va a pagar esta cena.<br />
Su cara es un poema. El camarero entra y deja un excelente vino ante nosotros que<br />
degustamos, aunque luego me doy el lujo de pedir una Coca-Cola. Nacho está sorprendido<br />
con el precio de todo aquello y veo su preocupación en la cara.<br />
—Judith, creo que nos vamos a meter en un buen lío con lo que estamos haciendo.<br />
—Tú tranquilo. Pide lo que quieras. El señor Zimmerman lo pagará.<br />
—¿Ése es el apellido de Eric?<br />
—Ajá…<br />
—¿Está forrado, el tío?<br />
—Digamos, que se puede permitir muchas cosas.<br />
—¿Está casado?<br />
—No. Pero la gente del restaurante no lo sabe.<br />
Nacho asiente y sonríe. Después menea la cabeza.<br />
—Pero qué pérfidas que sois las mujeres.<br />
Doy un trago a mi Coca-Cola.<br />
—No lo sabes tú bien —susurro.<br />
El camarero entra y toma nota de los platos. Hemos pedido langosta y carpaccio de<br />
buey a las finas hierbas y de segundo solomillos al bourbon. Como es de esperar, todo está<br />
exquisito. A las nueve y media, miro el reloj y presupongo que Eric, mi jefa y sus<br />
acompañantes ya han llegado. Eric es muy puntual y eso me pone nerviosa. Saber que lo<br />
tengo a tan escasos metros de mí me altera, pero procuro disfrutar de la cena junto a Nacho.<br />
De postre pedimos fresas y una fondue de chocolate. Nos la comemos entre risas y, a las<br />
diez, damos por finalizada nuestra cena.<br />
Cuando entra el camarero pregunto:<br />
—¿Ha llegado ya mi marido, el señor Zimmerman?<br />
El camarero asiente y mi estómago salta, pero, convencida de lo que hago, añado:<br />
—¿Me trae papel, un sobre y un bolígrafo, por favor?<br />
El hombre sale del reservado en busca de lo que le he pedido y Nacho cuchichea:<br />
—¿Qué vas a hacer ahora?<br />
—Agradecerle la cena.<br />
—¿Estás loca?<br />
—Probablemente, pero estoy segura de que eso le gustará.