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Pideme-Lo-Que-Quieras

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superior. Después me succiona el inferior y cuando siento la dureza de su pene contra mí,<br />

murmura:<br />

—¿Quieres que te folle?<br />

Quiero decirle que no.<br />

Quiero que se vaya de mi casa.<br />

¡<strong>Lo</strong> odio por cómo me utiliza!<br />

Pero mi cuerpo no responde. Se niega a hacerme caso. Sólo puedo seguir mirándolo<br />

mientras un deseo inmenso crece con fuerza en mi interior y yo ya no me reconozco. ¿Qué<br />

me pasa?<br />

—Jud, responde —exige.<br />

Convencida de que sólo puedo contestar que sí, asiento y él, sin miramientos, me da<br />

la vuelta entre sus brazos. Me hace caminar ante él hasta el aparador de mi habitación. Me<br />

planta las manos en él y me inclina hacia adelante. Después me arranca las bragas de un<br />

tirón y yo gimo. No puedo moverme mientras siento que saca la cartera de su pantalón y, de<br />

su interior, un preservativo. Se quita el pantalón y los calzoncillos con una mano, mientras<br />

con la otra me masajea las nalgas. Cierro los ojos, mientras imagino que se pone el<br />

preservativo. No sé qué estoy haciendo. Sólo sé que estoy a su merced, dispuesta a que<br />

haga lo que quiera conmigo.<br />

—Separa las piernas —susurra en mi oído.<br />

Mis piernas tienen vida propia y hacen lo que él pide mientras me acaricia el trasero<br />

con una mano y con la otra se enreda mi pelo para tenerme bien sujeta.<br />

—Sí, pequeña, así.<br />

Y, sin más, con una fuerte embestida me penetra y oigo un ahogado gemido en mi<br />

cuello. Eso me aviva. Luego, me da un azotito exigente. ¡Me gusta!<br />

Me agarro al aparador y siento que las piernas me flojean. Él debe notar mi<br />

debilidad porque me agarra por la cintura con las dos manos de modo posesivo y comienza<br />

a bombear su erecto pene con una intensidad increíble dentro y fuera de mí. Una y otra vez.<br />

Una y otra vez.<br />

En aquella posición y sin tacones, me siento pequeña ante él, es más, me siento<br />

como una muñeca a la que mueven en busca de placer. De pronto, las embestidas paran de<br />

ritmo y su mano abandona mi cadera y baja hasta mi vagina. Mete los dedos en mi<br />

hendidura y me busca el clítoris. Eso me hace jadear.<br />

—Otro día —me dice—, te follaré mientras te masturbo con lo que te he regalado.<br />

Le digo que sí. Quiero que lo haga.<br />

Quiero que lo haga ya. No quiero que se vaya. Quiero… quiero…<br />

Sus embestidas se hacen cada segundo más lentas y yo me muevo nerviosa,<br />

incitándolo a que suba el ritmo. Él lo sabe. <strong>Lo</strong> intuye y pregunta cerca de mi oreja con su<br />

voz ronca.<br />

—¿Más?<br />

—Sí… sí… Quiero más.<br />

Una nueva embestida hasta el fondo. Jadeo por el placer.<br />

—¿Qué más quieres? —añade, mientras aprieta los dientes.<br />

—Más.<br />

Grito de placer ante su nueva penetración.<br />

—Sé clara, pequeña. Estás húmeda y caliente. ¿Qué quieres?<br />

Mi mente funciona a una velocidad desbordante. Sé lo que quiero, así que, sin<br />

importarme lo que piense de mí, suplico:

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