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edondo a seguir. La gente me da sin querer en el brazo y no quiere que nadie me haga<br />
daño. <strong>Lo</strong> horroriza que vuelva a sentir dolor. Al final, por no escucharlo, accedo a<br />
marcharnos y cogemos un taxi. <strong>Lo</strong> llevo a comer al Retiro.<br />
Le propongo un par de restaurantes, pero él prefiere algo más íntimo.<br />
Al final, compro unos bocadillos de tortilla y nos sentamos en el mullido césped a<br />
comer, mientras reímos y revisamos las bonitas lamparitas.<br />
—Son preciosas, ¡me encantan!<br />
—Sí. Son muy bonitas.<br />
Eric sonríe.<br />
—¿Llevas pintalabios en el bolso?<br />
Al escuchar aquello lo miro y achino los ojos.<br />
—¿A qué clase de pintalabios te refieres? Te recuerdo que estamos en un parque y<br />
no quiero acabar en el calabozo por escándalo público.<br />
La carcajada que suelta me reaviva el alma y él responde a mi risa dándome un<br />
impulsivo beso en la punta de la nariz.<br />
—No me refiero a lo que tú crees, viciosilla, me refiero a un simple pintalabios,<br />
¿llevas?<br />
Abro mi bolso. Saco un pequeño neceser y, satisfecha, se lo enseño.<br />
—Píntate los labios —me pide.<br />
Sorprendida, lo comienzo a hacer, pero me detengo a medio pintar.<br />
—¿Para qué es?<br />
—Hazlo.<br />
—No. Primero quiero saber para qué es.<br />
Se encoge de hombros y suspira.<br />
—Quiero que tus labios estén en la pantalla de mi lámpara, junto a tu nombre.<br />
—¡Vaya! ¡Me encanta la idea! Pero entonces yo quiero lo mismo en la mía.<br />
—¿Quieres que me pinte los labios?<br />
—Sí —respondo divertida.<br />
—¡Ni hablar!<br />
—Venga, hombre —protesto—. Yo también quiero tus labios en mi lámpara junto a<br />
tu nombre.<br />
Durante unos minutos bromeamos. Nos reímos. Pero al final los dos nos pintamos<br />
los labios y los plantamos en las lámparas. Nos limpiamos el carmín con un pañuelo de<br />
papel y Eric me entrega un bolígrafo. Bajo mis labios pongo: «Judith», y él bajo los suyos:<br />
«Eric».<br />
—Ahora es más bonita —indica, divertido—. Tus labios revalorizan la lámpara y<br />
siempre que los vea en Alemania me acordaré de ti.<br />
Eso me entristece. Regresa a Alemania en su jet privado y se aleja de mí. Ya lo<br />
añoro y todavía no se ha ido.<br />
Cuando acabo el bocata, me tumbo en el césped y él me imita.<br />
—Volverás, ¿verdad? —le pregunto, incapaz de mantenerme callada.<br />
Como siempre, lo piensa antes de contestar.<br />
—Claro que sí, pequeña. Parte de mi empresa está en España.<br />
Respiro aliviada.<br />
—¿Qué es eso tan importante que te hace interrumpir tu viaje? —sigo preguntando.<br />
No responde. Sólo me mira.<br />
—Es una mujer —gruño—, ¿verdad?