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Al día siguiente, en la maravillosa villa y tras una noche plagada de morbo y pasión<br />
entre nosotros, Eric y yo tomamos el sol desnudos mientras planeamos una escapada a<br />
Zahara de los Atunes. No hemos vuelto a mencionar a Fernando. Ninguno quiere hablar de<br />
él. Me besa el tatuaje. Le ha encantado. Cada vez que me hace el amor, me mira con lujuria<br />
y me dice: «¡Pídeme lo que quieras!». Me vuelve loca. Totalmente majareta.<br />
Eric me ha propuesto ir a casa de unos amigos suyos en Zahara y a mí me parece<br />
bien. Podemos disfrutar de unos días con ellos y luego regresar a la villa, que, por cierto,<br />
me encanta. Es una preciosidad.<br />
Por la noche, cuando me lleva de regreso a la casa de mi padre, me lo encuentro<br />
sentado en el patio trasero sobre el balancín y voy a saludarlo.<br />
—Este hombre te conviene, morenita.<br />
—¿Ah… sí? ¿Por qué? —pregunto divertida mientras me siento en el balancín con<br />
él.<br />
—Es un hombre que se viste por los pies. ¿Cuántos años tiene?<br />
—Treinta y uno.<br />
—Buena edad en un hombre.<br />
Eso me hace sonreír y continúa:<br />
—Te mira de la misma forma que yo miraba a tu madre y eso me gusta. Y mira lo<br />
que te digo, hasta hace poco pensaba que Fernando era el hombre ideal para ti. Pero<br />
después de conocer a Eric, me retracto. Eric y tú estáis hechos el uno para el otro. Se le ve<br />
que es un hombre con principios y dignidad que te cuidará. No es un depravado como el<br />
mequetrefe que conocí en Madrid, lleno de agujeros y pendientes.<br />
De nuevo vuelvo a reírme. Mi padre tiene razón, Eric tiene principios pero estoy<br />
segura de que si conociera su faceta en el sexo le daría un pasmo. Pero ésa es mi intimidad.<br />
—Papá… Eric me gusta, pero no sé cuánto tiempo durará lo nuestro.<br />
Sorprendido, me mira.<br />
—¿Qué ocurre, morenita?<br />
Las palabras bullen por salir. Quisiera explicarle a mi padre que es mi jefe, pero no<br />
puedo. Tengo miedo de su reacción. Cientos de dudas y miedos pugnan por salir de mí pero<br />
no se lo permito.<br />
—No ocurre nada, papá —respondo, finalmente—. Sólo que es difícil mantener una<br />
relación a distancia. Ya sabes que él vive en Alemania y yo aquí. Y cuando acabe lo que ha<br />
venido a hacer a Madrid, ambos tendremos que regresar a nuestros trabajos y, bueno… ya<br />
me entiendes.<br />
Veo que asiente y con la prudencia que lo caracteriza, añade:<br />
—Mira, mi vida. Ya no eres una niña. Eres una mujer y como tal te tengo que tratar.<br />
Por eso, sólo te puedo decir que disfrutes el momento y seas feliz. De nada sirve pensar<br />
muchas veces en el «qué pasará», porque lo que tenga que pasar… ocurrirá. Si Eric y tú<br />
estáis predestinados a estar juntos, no habrá distancia que os separe. Eso sí, sé cautelosa y<br />
un poco egoísta y piensa en ti. No quiero verte sufrir innecesariamente cuando tú misma ya<br />
me estás diciendo que lo vuestro es complicado.<br />
Las palabras de mi padre, como siempre, me reconfortan. No sé si será la edad, la<br />
experiencia de haber perdido a mi madre años atrás. Pero si hay algo que él siempre ha<br />
tenido claro y que nos ha transmitido a mi hermana y a mí es que la vida es para vivirla.