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deseos.<br />
Aprieto los puños. Tanto, que me clavo las uñas en ellos. Pero soy consciente de<br />
que no puedo actuar como deseo. Así pues, cuento hasta veinte, porque hasta diez no me<br />
vale, me dirijo hacia la puerta y la abro.<br />
—Amanda —le digo, con toda la amabilidad de la que soy capaz—, sal de mi<br />
habitación porque, como sigas aquí, algo muy feo va a pasar.<br />
Cuando se va, doy un portazo mientras por mi boca sale de todo, menos bonita. Me<br />
quito los tacones y los lanzo con furia contra el sofá. ¡Maldito sea!<br />
Mi indignación me enloquece. Eric me ha estado utilizando para dar celos a aquella<br />
muñeca hinchable. Maldigo y doy un zapatazo al caro sillón. ¿Cómo he sido tan tonta? Sin<br />
querer pensar en nada más, saco mi portátil cuando mi móvil suena. He recibido un<br />
mensaje. Eric. «Ven a mi habitación.»<br />
Leer eso me cabrea más. Siempre me he considerado una muñeca entre sus brazos,<br />
pero en ese momento me doy cuenta de que soy una muñeca tonta. Tecleo con rabia: «Vete<br />
a la mierda».<br />
La contestación no se hace esperar.<br />
Al cabo de unos segundos, oigo el sonido de una puerta al abrirse y ante mí aparece<br />
Eric, descamisado, con cara de mala leche y una tarjeta en la mano. Sin hablar llega hasta<br />
donde estoy sentada. Tira la tarjeta con la que ha abierto la puerta, me coge del brazo, me<br />
levanta y me besa. Me besa con tanta profundidad que noto su lengua llegar hasta mi<br />
campanilla. Intento no responderle. Me niego. Pero mi cuerpo me traiciona. <strong>Lo</strong> desea. Es<br />
incontrolable. E instantes después soy yo la que lo besa a él en busca de más.<br />
Con premura lleva sus manos hasta el botón trasero de mi falda y noto que<br />
chocamos contra la pared. Sin tacones soy muy pequeña a su lado. Eso siempre me ha<br />
gustado, igual que a él le gusta sentir su superioridad. Con su pierna separa las mías,<br />
mientras una de sus manos se mete por debajo de mi camisa y se desliza por mi vientre.<br />
Cierro los ojos y me dejo llevar. Le permito seguir. Sin quitarme la falda, su mano continúa<br />
su camino hasta que consigue meterla por dentro de mis bragas y me hurga hasta llegar al<br />
clítoris. Me estimula. Me excita.<br />
Con sus dedos, su experiencia y mi humedad latente, me masajea y lo aviva. Mi<br />
clítoris se hincha y yo gimo. Jadeo. Enloquezco y me restriego contra él ante lo que siento<br />
por aquella invasión cuando, con su mano libre, me da un azotito. Me excita todavía más.<br />
Me vuelve loca e instantes después se desabrocha el pantalón, saca la mano de mi vagina y<br />
tira de mí hasta llevarme al centro del salón. Clava sus ojos en los míos y murmura<br />
mientras acerca su boca a la mía.<br />
—Pequeña, no tienes ni idea de cuánto te deseo.<br />
Me baja la cremallera de la falda y ésta cae al suelo. Se agacha, acerca su nariz<br />
hasta mis bragas y las aspira. Da un pequeño mordisquito sobre mi monte de Venus y yo<br />
jadeo. Sus posesivas manos me tocan y me acarician. Suben por mis piernas y agarra el<br />
borde de mis braguitas. Me las quita. Estoy de nuevo desnuda de cintura para abajo ante él<br />
y no digo nada. No rechisto. Me dejo hacer mientras él me activa, me posee y me<br />
enloquece.<br />
Se levanta del suelo. Me empuja hacia el respaldo del sofá, me da la vuelta y me<br />
recuesta sobre él. Mis brazos y mi cabeza caen, mientras mi trasero queda expuesto<br />
enteramente para él. Durante unos segundos disfruto de los mordisquitos que me da en las<br />
nalgas y noto sus manos invasoras sobre mí. De nuevo un azote. Esta vez más fuerte. Pica.<br />
Pero el picor lo suaviza cuando siento que se aprieta contra mí y su duro y castigador pene