Maternidad y Sexo Estudio Psicoanalitico y - Comunitarios.cl
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Además, vivimos en un mundo de dos sexos. Los niños<br />
necesitan, para situarse bien en este mundo y dentro de su<br />
propio sexo, aprender ya desde el principio cómo situarse<br />
frente a ambos. Lo logran a través del vínculo que se establece<br />
entre ellos, la madre y el padre. Pero para que este aprendizaje<br />
sea exitoso, hace falta el ejemplo de padres que se<br />
quieran, que sepan gozar juntos sexualmente y respeten mutuamente<br />
su individualidad.<br />
La hija de una madre amada y feliz, tratará de identificarse<br />
con ella y las demás personas de su sexo, y aprenderá<br />
cómo complementar su carácter con el del padre, primer representante<br />
masculino para ella.<br />
Hablamos mucho también en este libro de las consecuencias<br />
dañinas de la envidia y del odio a la madre embarazada<br />
y de los celos de los hermanos.<br />
Pero estos sentimientos, que coexisten, desde luego,<br />
también con otros de amor, tomarán características perniciosas<br />
únicamente mientras el yo de la niña esté todavía demasiado<br />
débil para elaborarlos y su dependencia de la madre<br />
demasiado grande como para poder compartirla. Y esto ocurre<br />
en la criatura de corta edad.<br />
Muchas madres creen que poca diferencia de edad entre<br />
los hijos es una ventaja. "Así se crían juntos -piensan- y son<br />
mejores compañeros entre sí y dan menos trabajo". Para el<br />
menor de tal pareja de hermanos, el mayor, efectivamente,<br />
puede servir de modelo al principio, para convertirse más tarde<br />
en un buen compañero de juego.<br />
Pero para el mayor la situación es muy distinta.<br />
Todos necesitamos durante el principio de nuestra vida<br />
ser el único hijo muy mimado de nuestra madre. Las restricciones<br />
que desde un primer momento nuestra cultura impone<br />
al lactante -separado de su madre, arropado y alimentado,<br />
generalmente, a horas fijas- son tan serias para él, que nece-<br />
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sitan ser compensadas con un máximo de afecto. El niño pequeño<br />
no puede ceder su lugar de preferencia a otro sin quedar<br />
con un vivo resentimiento y la sensación de haber sido<br />
víctima de una gran injusticia. Sólo estará capacitado para<br />
superar sus celos frente a la llegada de un hermano menor<br />
cuando ya sepa encontrar satisfacciones fuera de su relación<br />
ex<strong>cl</strong>usiva con su madre. Por otra parte, la mayoría de las madres<br />
se in<strong>cl</strong>inan hacia su bebé nuevo, el hijo menor. Generalmente<br />
ya basta el principio de un nuevo embarazo para<br />
que la madre rechace al niño.<br />
Su primera medida siempre será el destete más o menos<br />
brusco, más o menos precipitado y prematuro de su hijo. Generalmente<br />
ni tiene conciencia de su rechazo, ni nota que se<br />
pone más impaciente, más severa con el mayor.<br />
Pero le quita el pecho o apresura su educación en la<br />
limpieza esfinteriana, pensando: "tengo que educarlo rápidamente,<br />
para que ya sea un poco más grandecito cuando venga<br />
mi bebé". Así convierte súbitamente a su hijo de uno o dos<br />
años en "el mayor", a quien ya se le exige juicio y que se baste,<br />
en lo posible, a sí mismo. Este no comprende el cambio de<br />
su situación. Lo único que intuye desde un principio y con<br />
gran perspicacia es que su madre ya no lo quiera de la misma<br />
manera.<br />
Lo rechaza porque espera o tiene otro bebé. A éste le da<br />
el pecho, le permite que grite y se ensucie, a él no lo quiere ni<br />
lo comprende ya. Reacciona con odio y desesperación. Por<br />
eso, en los historiales de nuestras enfermas reaparecía siempre<br />
el odio contra la madre embarazada, el odio contra la madre<br />
que da a luz, el odio contra los hermanos menores. Si<br />
queremos ahorrar estos sufrimientos a nuestros hijos mayores,<br />
debemos esperar que lleguen a los cuatro o cinco años<br />
para darles un hermano menor.<br />
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