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112<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

utilizaban para cenar.<br />

Todo esto, que hoy se tira a la basura, era la base alimenticia del cochino.<br />

Por otra parte, el cochino era como una despensa de alimentos rica y variada<br />

para el periodo invernal, ya que del cochino se aprovecha todo: desde el<br />

hocico al rabo.<br />

Las matanzas se hacían cuando venían las primeras lluvias, generalmente a<br />

finales de octubre. Un par de meses antes de fijar la fecha de la matanza, cuando<br />

el animal tenía ocho o diez meses de edad y ya podía alcanzar los cien kilos<br />

de carne en canal, se añadía a su dieta diaria una buena ración de millo, para<br />

su engorde.<br />

El día señalado para el sacrificio se iban reuniendo durante toda la mañana<br />

familiares y vecinos. Se comenzaba por sacar a la víctima del chiquero o pocilga,<br />

que solía ser un círculo de piedras con una o dos planchas de zinc por un lado<br />

que servían de protección contra la lluvia y el sol. También había chiqueros en<br />

forma de cueva, con un semicírculo de piedras en la entrada.<br />

Desde la mañana del día anterior se dejaba al animal en ayunas, sin comer<br />

ni beber nada. Como si dijéramos, “lo ponían en capilla”, si bien él no sospechaba<br />

todavía nada.<br />

Se iniciaba el ritual atándolo con una soga por una pata trasera y luego,<br />

a empellones, con muchos y lastimeros gruñidos por su parte en señal de<br />

protesta, que se oían por todo el barrio de Madrelagua, lograban sacar aquella<br />

mole de carne asquerosa y maloliente de su querida y añorada “mansión”, a la<br />

que él se aferraba con todos sus medios para no abandonarla, pues se consideraba<br />

feliz allí, revolcándose en el estiércol que él mismo había producido.<br />

Llegados a este punto, creo que el animalito ya empezaba a sospechar que<br />

algo no marchaba bien, pues todo aquel jaleo y tumulto de personas no era lo<br />

normal. Para “engoarlo” se hacían sonar unos granos de millo dentro de una<br />

lata, delante de sus narices, queriendo con ello llevarlo al lugar predestinado<br />

para el sacrificio, que solía ser la era.<br />

Llegada la comitiva a terreno neutral, se echaba el millo al suelo y el cochino<br />

se apresuraba a comerlo con avidez, agachando la cabeza, momento que<br />

se aprovechaba para asestarle un fuerte y certero “mochazo” en lo alto de la<br />

cerviz con el envés de una hacha, o con un pesado marrón.<br />

Por efecto del golpe, el animal caía al suelo dando lastimeros quejidos que

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