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Tenerife<br />

Rescatando la memoria<br />

La vida entonces era muy sencilla para nosotros. Íbamos al colegio como<br />

los niños de hoy, pero entonces no había comedor en las escuelas y todos<br />

veníamos cada mediodía a casa, a comer en familia. Por la tarde volvíamos al<br />

colegio llevando una bolsita de tela con la merienda para el recreo: el pan con<br />

mantequilla y chocolate era lo más común y creo que la merienda preferida de<br />

casi todos los niños. Cuando por la tarde regresábamos a casa, y después de<br />

hacer los deberes, salíamos a jugar a la Plaza de Santo Domingo o a montarnos<br />

en los conocidos perros de la Plaza de Santa Ana, que perviven en el tiempo<br />

mirando a la Catedral. Entonces pasábamos las tardes jugando a “Matarilerile-rile”,<br />

o al corro, cantando aquello de “El patio de mi casa”, o saltando a la<br />

comba, etc. Cuando las niñas hacíamos pandilla con los niños cambiábamos de<br />

juegos, porque ellos mandaban y preferían divertirse con más acción, jugando<br />

al escondite, al perrito o a la pelota. Casi siempre acabábamos enfadadas con<br />

ellos y llamándoles tramposos. Pero, en el fondo, reconocíamos que era más<br />

divertido jugar todos juntos.<br />

Los domingos hacíamos excursiones familiares. Hoy en Canarias casi todas<br />

las familias tienen coche y hasta más de uno. Pero entonces, al menos en la<br />

mía, el coche que teníamos sólo lo podíamos usar los días de fiesta porque los<br />

días laborables se usaba para el trabajo de mi padre. Cuando teníamos que ir<br />

al campo o a algún pueblo en días no festivos, cogíamos “el coche de hora”,<br />

que era una especie de guagua amarilla, distinta a las de ahora, lo único similar<br />

era que cabían muchos pasajeros como en las guaguas de hoy. En otras ocasiones<br />

cogíamos un “pirata”, que era un coche de los de la época, que iba a los<br />

pueblos. Salía del Terrero y no tenía horario fijo, sino que arrancaba cuando las<br />

plazas ya estaban completas y por lo tanto eran más rápidos que “los coches<br />

de hora”. Los domingos, como ya te dije, íbamos de excursión. Entonces lo<br />

más frecuente era ir a ver a la Virgen del Pino y a visitar a mi tía, que era monja<br />

de clausura en el convento del Císter, también en Teror. Comíamos bajo los<br />

castañeros y después íbamos a merendar a la Montaña de Arucas.<br />

Tuve la suerte de vivir en el emblemático barrio de Vegueta, que me dio<br />

la oportunidad de conocer a gente interesante, aunque yo de niña no le daba<br />

importancia. Muy cerca de mi casa, en la calle San Marcos, vivían unas hermanas,<br />

señoras muy respetables, que tenían un taller de calados. Era una casa<br />

más, de las típicas de Vegueta, con su patio lleno de plantas y unos pasillos

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