R LA MEMORIA 8 2008.indd - Adipymes
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Gran Canaria<br />
Rescatando la memoria<br />
famoso marcaje de Mangriñán a Di Stéfano en Chamartín—. Entre nosotros<br />
hablábamos de los vales como si nos fuera la semana en ellos. Cuantos más<br />
tuviéramos, mejor nos irían las cosas en caso de que un día bajáramos la<br />
guardia, y un examen nos saliera catastrófico, o llegáramos a acumular 50<br />
problemas de tarea por fallar una fórmula.<br />
En realidad, sólo muy raramente ganábamos vales por méritos académicos:<br />
el cálculo, los dictaditos semanales y los príncipes del catecismo tenían<br />
su propia moneda de cambio. La asistencia, la puntualidad y la buena caligrafía<br />
eran, por otra parte, recompensadas con vales. Pero lo importante de los vales<br />
era la sorpresa de cómo y cuándo los podíamos conseguir. Teníamos que<br />
estar bien atentos a las reglas de este particular mercado bursátil, y estábamos<br />
aprendiendo cómo.<br />
Un día, por ejemplo, nos llegó el Hermano Algi con una pregunta que<br />
derivó, como “quien no quiere la cosa”, de una raíz cuadrada donde aparecía<br />
muchos seis. Alzó la voz y nos preguntó “qué habían firmado los Parlamentos<br />
de los Seis, por aquellos días, en Roma”. La pregunta nos olía a vales. No cabía<br />
duda. El hermano nos lo confirmó prometiendo seis vales a quien lo supiera.<br />
Uno de nosotros, apresurado, respondió que habían firmado una “Ley nueva<br />
del Papa”. Así de imprecisa y así de desesperada sonó la apuesta por los vales<br />
que estaban en juego. Por supuesto, el Hermano Algi soltó una carcajada<br />
que todos los demás secundamos. El intento de unir el Tratado de Roma<br />
con algo que podía tener que ver con el Vaticano había sido una apuesta tan<br />
lógica como descabellada. Por supuesto, no teníamos ni idea de lo que era el<br />
Mercado Común, y ésa era precisamente la excusa que buscaba el hermano<br />
para hacernos abrir los ojos al mundo, a las noticias, a las conversaciones que<br />
sin duda tendrían los mayores en casa. Teníamos que estar un poco más al<br />
loro. A él le importaba mucho más que aprendiéramos a ser hombres, que<br />
expertos en álgebra. Claro que nunca nos lo diría.<br />
Una noticia de prensa hace tan sólo cuatro o cinco años me hizo recordar<br />
otro incidente de aquellos días. El Hermano Algi llegó un viernes con<br />
ganas de concurso, y esta vez nos avisaba antes del fin de semana: nos dijo<br />
que escucháramos los partes de radio durante el sábado y el domingo, que<br />
habláramos con nuestros padres de lo que estaba pasando en el mundo, que<br />
leyéramos la prensa si nos llegaba por casa —creo que El Diario estaba en la