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64<br />

Gran Canaria<br />

Rescatando la memoria<br />

famoso marcaje de Mangriñán a Di Stéfano en Chamartín—. Entre nosotros<br />

hablábamos de los vales como si nos fuera la semana en ellos. Cuantos más<br />

tuviéramos, mejor nos irían las cosas en caso de que un día bajáramos la<br />

guardia, y un examen nos saliera catastrófico, o llegáramos a acumular 50<br />

problemas de tarea por fallar una fórmula.<br />

En realidad, sólo muy raramente ganábamos vales por méritos académicos:<br />

el cálculo, los dictaditos semanales y los príncipes del catecismo tenían<br />

su propia moneda de cambio. La asistencia, la puntualidad y la buena caligrafía<br />

eran, por otra parte, recompensadas con vales. Pero lo importante de los vales<br />

era la sorpresa de cómo y cuándo los podíamos conseguir. Teníamos que<br />

estar bien atentos a las reglas de este particular mercado bursátil, y estábamos<br />

aprendiendo cómo.<br />

Un día, por ejemplo, nos llegó el Hermano Algi con una pregunta que<br />

derivó, como “quien no quiere la cosa”, de una raíz cuadrada donde aparecía<br />

muchos seis. Alzó la voz y nos preguntó “qué habían firmado los Parlamentos<br />

de los Seis, por aquellos días, en Roma”. La pregunta nos olía a vales. No cabía<br />

duda. El hermano nos lo confirmó prometiendo seis vales a quien lo supiera.<br />

Uno de nosotros, apresurado, respondió que habían firmado una “Ley nueva<br />

del Papa”. Así de imprecisa y así de desesperada sonó la apuesta por los vales<br />

que estaban en juego. Por supuesto, el Hermano Algi soltó una carcajada<br />

que todos los demás secundamos. El intento de unir el Tratado de Roma<br />

con algo que podía tener que ver con el Vaticano había sido una apuesta tan<br />

lógica como descabellada. Por supuesto, no teníamos ni idea de lo que era el<br />

Mercado Común, y ésa era precisamente la excusa que buscaba el hermano<br />

para hacernos abrir los ojos al mundo, a las noticias, a las conversaciones que<br />

sin duda tendrían los mayores en casa. Teníamos que estar un poco más al<br />

loro. A él le importaba mucho más que aprendiéramos a ser hombres, que<br />

expertos en álgebra. Claro que nunca nos lo diría.<br />

Una noticia de prensa hace tan sólo cuatro o cinco años me hizo recordar<br />

otro incidente de aquellos días. El Hermano Algi llegó un viernes con<br />

ganas de concurso, y esta vez nos avisaba antes del fin de semana: nos dijo<br />

que escucháramos los partes de radio durante el sábado y el domingo, que<br />

habláramos con nuestros padres de lo que estaba pasando en el mundo, que<br />

leyéramos la prensa si nos llegaba por casa —creo que El Diario estaba en la

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